martes, 18 de junio de 2019

Relato 273


                                         Simpatía

Lo que le pasa a él me sucede en ocasiones también a mí. O me sucedía. Le ocurre que hace suyo lo del otro de modo inmediato ya sea agradable o no. Es un hecho evidente, sorpresivo e inesperado. Muy desagradable —dice. A él le enoja, en cambio a mí hasta podría gustarme. Claro que eso de ponerme en el lugar del otro es un sueño que me ocurre pocas veces. O me ocurría. Para él es sesión continua, le basta con ponerse en situación, que se la expliquen, verla con la imaginación para hacérselo propia de inmediato. Y si además se la dramatizan añadiéndole pelos y señales el efecto se acelera. Hasta le cambia la cara y acaba asemejándose a su interlocutor, como una neurona espejo. Si la empatía es ponerse en el lugar del otro sin dejar de ser uno mismo, él deja de ser lo que sea el sí mismo para sentir y vivir lo que le ocurre al otro por un rato. Una transformación extraña. Desconcertante. Le llaman simpatía. A veces le puede durar horas o semanas y volverse un desconocido para su entorno cotidiano. En otras ocasiones, días. Eso le desespera, el no poder ser él mismo casi nunca. O le desesperaba.
Le conocemos por el simpático raro al ignorar en la piel de quien va a enfundarse en cada ocasión. No tengo vida propia —se queja amargamente cuando el personaje que vivifica se lo permite. Suele permitírselo, le van mejor los papeles dramáticos. Da igual lo que le cuenten: lo vive como algo personal, capaz de vivir muchas vidas en una, la suya. Que si un amigo le dice que se ha roto el pie en un accidente de moto, él le escucha atentamente y poco a poco ves cómo él va doblándose del lado del pie quebrado, le empieza a escocer, se rasca como si lo tuviera escayolado y acaba yéndose a la pata coja sintiendo en sí mismo el dolor del otro. Que si tiene ardor de estómago, él también lo sufre. Que si le ha dejado la novia, a él idéntico. A la inversa funciona igualmente, si le cuentan que están muy felices, él se pone al instante feliz. Es como una goleta sometida al viento dominante. Hay que reconocerlo: su vida social es tan extensa que no tiene vida propia, vive la vida de los demás y eso le incomodo profundamente. Él dice que la simpatía le sale sin pensar, que es un sentimiento que no puede evitar, que es su naturaleza humana. Una condena —asegura —,siempre pendiente de lo que le pase al otro, no puedo disponer de tiempo para mí, incluso camuflándome con máscaras y maquillaje me reconocen, no hay manera, y todo el mundo viene a soltarme quejas o bondades para que yo acabe experimentándolas.
Es obvio que ponerse en el lugar del otro tiene sus ventajas e inconvenientes. Por ejemplo, puede saber de primera mano lo que vive el otro. Acrecienta experiencias de vida, sin tener que recorrerlas. Al no estar su yo presente tampoco tiene que preocuparse de sí mismo, pues no hay un yo estable ni permanente ni perturbador.  Con un yo fluctuante, balanceado por la marea del gentío, toma conciencia de diversos modos de vivir, vive la vida de todos en sí mismo menos la suya. En este sentido él la acepta como una desgracia (o la aceptaba) y en cambio a mí me atrae. ¡Qué descansado debe ser olvidarse del propio yo por un rato largo! Era algo que llevaba pidiendo con todas mis fuerzas desde hacía años, pedía ser simpático, poder fusionarme, olvidarme de mí y desaparecer. En vano. Hasta que una tarde él apareció y me dijo que veía moscas negras, en solidaridad con una amiga que tenía esta disfunción visual y me pasé sin proponérmelo la tarde entera viendo puntitos negros como les ocurría a ellos, realmente molesto. ¡Hasta intentaba cazarlas con las manos! A más miraba el cielo más manchas veía. Me acosté preocupado y esperanzado. ¿Me estaría pasando lo que a él? ¿Se me habría concedido el deseo largamente anhelado? ¿Sería un bluf? Por la noche descansé poco y mal, y a la mañana siguiente ya había recuperado la vista sin manchas negras, ¡qué alivio! Esta experiencia me permitió comprender lo que  supone para el enfermo esta dolencia.
Ponerse en el lugar del otro tiene sus ventajas e inconvenientes, cierto. Sin embargo, actualmente mi amigo y yo hemos encontrado un punto intermedio, un equilibrio que nos libera a ambos de las dependencias emocionales: a mí del tirano yo y a él del frenesí de vivir muchas vidas en una menos en la suya.
Ahora somos pareja, nos amamos y estamos juntos el uno con el otro. Él vive mi vida y yo la suya, la compartimos de tal modo que se ha fundido en una sola, en una vida armónica, integradora y en paz consigo misma, donde el voraz mundo no le afecta. Me ha contagiado la simpatía, se me ha concedido por fin el deseo, nos compenetramos hasta tal punto que hemos dejado de ser distintos, nos hemos convertido en un solo ser. 
Cada cual es feliz viviendo en común la vida del otro en la casa de los espejos amándose verdaderamente al no tener que preocuparse del aburrido sí mismo.

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