Simpatía
Lo que le pasa a él me sucede en ocasiones también a mí. O me sucedía. Le
ocurre que hace suyo lo del otro de modo inmediato ya sea agradable o no. Es un
hecho evidente, sorpresivo e inesperado. Muy desagradable —dice. A él le enoja,
en cambio a mí hasta podría gustarme. Claro que eso de ponerme en el lugar del
otro es un sueño que me ocurre pocas veces. O me ocurría. Para él es sesión
continua, le basta con ponerse en situación, que se la expliquen, verla con la
imaginación para hacérselo propia de inmediato. Y si además se la dramatizan
añadiéndole pelos y señales el efecto se acelera. Hasta le cambia la cara y
acaba asemejándose a su interlocutor, como una neurona espejo. Si la empatía es
ponerse en el lugar del otro sin dejar de ser uno mismo, él deja de ser lo que sea
el sí mismo para sentir y vivir lo que le ocurre al otro por un rato. Una
transformación extraña. Desconcertante. Le llaman simpatía. A veces le puede
durar horas o semanas y volverse un desconocido para su entorno cotidiano. En
otras ocasiones, días. Eso le desespera, el no poder ser él mismo casi nunca. O
le desesperaba.
Le conocemos por el simpático raro al ignorar en
la piel de quien va a enfundarse en cada ocasión. No tengo vida propia —se
queja amargamente cuando el personaje que vivifica se lo permite. Suele
permitírselo, le van mejor los papeles dramáticos. Da igual lo que le cuenten:
lo vive como algo personal, capaz de vivir muchas vidas en una, la suya. Que si
un amigo le dice que se ha roto el pie en un accidente de moto, él le escucha
atentamente y poco a poco ves cómo él va doblándose del lado del pie quebrado,
le empieza a escocer, se rasca como si lo tuviera escayolado y acaba yéndose a
la pata coja sintiendo en sí mismo el dolor del otro. Que si tiene ardor de
estómago, él también lo sufre. Que si le ha dejado la novia, a él idéntico. A
la inversa funciona igualmente, si le cuentan que están muy felices, él se pone
al instante feliz. Es como una goleta sometida al viento dominante. Hay que
reconocerlo: su vida social es tan extensa que no tiene vida propia, vive la
vida de los demás y eso le incomodo profundamente. Él dice que la simpatía le
sale sin pensar, que es un sentimiento que no puede evitar, que es su
naturaleza humana. Una condena —asegura —,siempre pendiente de lo que le pase
al otro, no puedo disponer de tiempo para mí, incluso camuflándome con máscaras
y maquillaje me reconocen, no hay manera, y todo el mundo viene a soltarme
quejas o bondades para que yo acabe experimentándolas.
Es obvio que ponerse en el lugar del otro tiene sus
ventajas e inconvenientes. Por ejemplo, puede saber de primera mano lo que vive
el otro. Acrecienta experiencias de vida, sin tener que recorrerlas. Al no
estar su yo presente tampoco tiene que preocuparse de sí mismo, pues no hay un
yo estable ni permanente ni perturbador.
Con un yo fluctuante, balanceado por la marea del gentío, toma
conciencia de diversos modos de vivir, vive la vida de todos en sí mismo menos
la suya. En este sentido él la acepta como una desgracia (o la aceptaba) y en
cambio a mí me atrae. ¡Qué descansado debe ser olvidarse del propio yo por un
rato largo! Era algo que llevaba pidiendo con todas mis fuerzas desde hacía
años, pedía ser simpático, poder fusionarme, olvidarme de mí y desaparecer. En
vano. Hasta que una tarde él apareció y me dijo que veía moscas negras, en
solidaridad con una amiga que tenía esta disfunción visual y me pasé sin
proponérmelo la tarde entera viendo puntitos negros como les ocurría a ellos,
realmente molesto. ¡Hasta intentaba cazarlas con las manos! A más miraba el
cielo más manchas veía. Me acosté preocupado y esperanzado. ¿Me estaría pasando
lo que a él? ¿Se me habría concedido el deseo largamente anhelado? ¿Sería un bluf?
Por la noche descansé poco y mal, y a la mañana siguiente ya había recuperado
la vista sin manchas negras, ¡qué alivio! Esta experiencia me permitió
comprender lo que supone para el enfermo
esta dolencia.
Ponerse en el lugar del otro tiene sus ventajas e
inconvenientes, cierto. Sin embargo, actualmente mi amigo y yo hemos encontrado
un punto intermedio, un equilibrio que nos libera a ambos de las dependencias
emocionales: a mí del tirano yo y a él del frenesí de vivir muchas vidas en una
menos en la suya.
Ahora somos pareja, nos amamos y estamos juntos el uno
con el otro. Él vive mi vida y yo la suya, la compartimos de tal modo que se ha
fundido en una sola, en una vida armónica, integradora y en paz consigo misma,
donde el voraz mundo no le afecta. Me ha contagiado la simpatía, se me ha
concedido por fin el deseo, nos compenetramos hasta tal punto que hemos dejado
de ser distintos, nos hemos convertido en un solo ser.
Cada cual es feliz
viviendo en común la vida del otro en la casa de los espejos amándose
verdaderamente al no tener que preocuparse del aburrido sí mismo.
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