martes, 4 de junio de 2019

Relato 271


                                   Mírame

        —¡Mírame!
        —¿Y miró?
        —Ya os he dicho antes que no podía hacerlo, que sería su perdición.
        —También has dicho que... está encerrada en una mazmorra..., tirada en una esquina, llorando...con el pelo desordenado. Que ya está perdida.
        —Sí, perdida, a ella no le queda nada, salvo su dignidad, no puede mirarle, sería su fin. Se siente incapacitada para obedecer a quien tanto sufrimiento le está infringiendo...
        —Si me pongo en su lugar me muero...
        —Y yo... me quedo ciega...
        —Si le mira... igual se convierte en una estatua de piedra...
        —O en una luciérnaga...
        —Eso no puede ser verdad...
       —Ella no puede ceder al deseo de aquel monstruo, ¿lo veis? Sería como caer en la servidumbre más miserable, admitir el horror del mundo, sucumbir, y a estas alturas de la vida nuestra protagonista no tiene ya mucho que perder.
        —Le espera la horca... tal vez si le mirara en señal de respeto se salvaría de la condena...que es arbitraria e injusta...¿no?
        —Así es. Lo que ocurre es que el submundo de las prisiones no funciona así, queridos; ceder la mirada al carcelero es ceder prácticamente la vida. El monstruo sólo quiere humillarla más. Ha poseído su cuerpo repetidas veces, pero no su espíritu, en eso está.
        —Eso es terrible...
        —Pero sucede, hijos...
        —Ved que a ella no le queda más que la dignidad, todo lo demás ha sido violentando...Hasta que no se ha perdido casi todo no se ha perdido casi nada.
        —Pues, vaya... Y cómo sigue...
        —Ella se resiste, mantiene sus párpados cerrados con rabia, no quiere ver a su maltratador, lo que ocurre a su alrededor, demasiado atroz...  
        —¡Mírame y te salvo la vida! ¡vaya dilema! ¿Y si no cumple?
        —¡Quién puede fiarse de un abusador con porra!
        —¿Vosotros qué haríais?
        —No sé, yo quizás abriría un poco un ojo para ver si dice la verdad y complacerle.
        —Yo me desmayaría.
        —Yo lucharía, le golpearía con mis manos todo lo que pudiera.
        —Yo rezaría.
        —¿Qué hizo ella?
        —Acabaros la sopa y os lo explico.
        —Venga, Tito, cuéntanos...
        —Enloqueció, antes de arrancarse los ojos lo degolló a dentelladas.

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