martes, 23 de julio de 2019

Relato 278


                              Aquí

“—Aquí vivían los Pruna, ¿verdad, buen hombre?
        —Efectivamente, señor, pero de eso hace mucho. Sólo tiene que ver el estado ruinoso de la mansión. ¿También usted era del pueblo, señor?
        —No, no, estuve aquí sólo una semana de vacaciones. Vine para celebrar mi doctorado en medicina. Soy francés, nací en Nantes. Yo era muy joven, ¿sabe, buen hombre?
        —Ya decía yo que no le reconocía. Sepa usted que yo he vivido aquí, en Cantora, toda la vida, fui alcalde durante treinta y cuatro años, me sabía el nombre de todos los parroquianos, de uno en uno. Tenía una memoria prodigiosa. De cuando los Pruna éramos aquí unos cuatro mil. ¿Los conocía, usted, señor, a los Pruna?
        —No exactamente, conocí a Clara, por unos días trabamos cierta amistad.
        —Era una gran mujer y una excelente esposa para Román. Delicada y atenta con todos, sin distinción de edad ni de rango social, se desvivía por su marido, una filántropa. Gracias a ella se hicieron muchas mejoras en el pueblo. Eran muy generosos. Él presidía el Consejo de administración del Grupo Béntica, ¿sabe usted?, el grupo bancario más poderoso de aquel entonces, que le ocupaba mucho tiempo, siempre viajando y tenía a su esposa en gran estima y confianza. De los asuntos de aquí se cuidaba Clara. Sepa usted, señor, que los Pruna eran lo más ricos del pueblo, los más envidiados. ¿Ve, allí en el fondo, aquel castillo árabe? Pues ellos financiaron la reconstrucción y ahora se ha convertido en el mayor reclamo turístico de aquí. Chapurrea bien el castellano por ser usted francés.
        —Bueno, me interesó aprender su idioma, buen hombre, durante un tiempo me carteé con Clara.
        —Anda, eso no lo sabía y sepa usted que a mí no se me escapaba nada.
        —Como médico, quería saber mi opinión profesional y contrastar mi criterio con el de colegas españoles. El matrimonio, alguno de los dos no podía tener hijos y le interesaba saber si en Francia había alguna solución moderna.
        —Es cierto, se rumoreaba que no podían tener hijos. Clara pasaba visita en la ciudad, se lo llevaba muy a escondidas, recuerdo que algunos envidiosos decían los ricos no pueden tenerlo todo, y eso les consolaba, ya sabe, señor como son en el pueblo, pero fue un falso rumor. Clara, con casi cuarenta años, tuvo una hija, tuvo a Clarita, una niña preciosa igualita a su madre.
        —Buen hombre, le voy a confesar un secreto. Clarita es mi hija. Román no podía tener hijos, ella no podía soportar verle impotente, hacía como si el problema fuera suyo, me lo pidió, ella le engaño. Román vivió engañado igual que Clarita, quien tomó su familia como propia, fue su hija legal, pero el padre biológico fui yo. Clara y yo mantuvimos en secreto este acuerdo toda la vida, pero ahora ante la tenaz insistencia de Clarita desde allí, ha llegado el momento de desvelárselo. Sí, Clarita, tú eres hija mía. Te he querido siempre, siempre en la sombra.”
        La médium dejó de hablar, dio un par de sacudidas redoblando todo su cuerpo, de su falda saltó ágil el Pelusa que se fue asustado del comedor. La médium, aún con los ojos cerrados, lanzó unas cuantas respiraciones seguidas y profundas acompañadas de unos gritos sincopados y angustiosos, y al cabo de unos segundos abrió los ojos, frotándoselos con los nudillos de los dedos.         Clarita Pruna con noventa años lloraba de gozo sentada a su lado en la penumbra. 

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