Lago
Olga
no soy yo, podría ser tú o cualquiera mujercita soñadora de treinta y tantos.
Olga está en la biblioteca Central de Barcelona, en uno de los bancos laterales
más alejado de la calle. Necesita silencio, todos necesitamos silencio, un
silencio necesario para emprender una transformación en la vida. Olga, sentada,
tensionada, tiene los ojos cerrados (acaba de cerrarlos) y un volumen de
geografía fantástica abierto ante sí, por la página noventa y nueve. Está en el
límite, a punto de cruzar la frontera de lo verosímil, a punto de llenarse de ceros
y de sumergirse en el misterioso lago de la página cien que la pretende y
seduce. ¿Estará preparada?
—¿Estás preparada? —le pregunto.
—Tú, ¿quién eres?
—Soy el narrador, estoy aquí para narrar
tu hazaña, la hazaña que estás a punto de emprender. Para que no se quede en el
anonimato.
Olga, sin moverse ni abrir los ojos,
susurra algo parecido a...
—¿Te parece buen momento para bucear por
el gran ojo terráqueo?
—Tú decides, mi niña, yo no importo,
eres tú la que te has de sumergir, las condiciones son idóneas, la luna es
nueva, es importante que no haya luna reflejada en la lámina del lago, no ha de
haber más testigo que este cronista. Tú has de elegir el mejor momento, yo sólo
escribo, te sigo y estoy a punto...
Olga no lleva vestido de baño, sino un
camisón de dormir blanco, de esos hasta los pies, que recuerda mucho a las
hadas de los cuentos, si llevara una varita mágica sería igualita, pero Olga no
lleva varita mágica, sus manos en el regazo, Olga lleva algo más poderoso,
determinación para llevar su existencia a una vida con sentido, demasiados años
viviendo en el hueco de la escalera.
Olga parece sonámbula, se mueve en el
filo terrible del duermevela, ahora está relajada, completamente, respira
profundo y sin más se decide, da un impulso y se sumerge en el lago misterioso
de los espejos, cruza la página cien, se atreve con el desafío de los ceros, la
abruman, la cercan, la oprimen, le llenan de agua dulce la boca, los pulmones y…
sin aspavientos Olga se va hacia el fondo (yo no percibí que hiciera ninguna
resistencia, la verdad) y desaparece.
Lo puedo escribir en esta nota de prensa
porque estaba ahí y me salí un poco antes de que Olga se esfumara. Cumplió su
anhelo, sólo por eso la admiro, sólo por eso testifico su hazaña póstuma. Sin
embargo, urge señalar que esa noche no había luz en la luna y mi vista, cansada
por los años no es la que era, y añadiría que aún estando tan oscuro me pareció
entrever Algo, una sombra, tal vez una quimera que emergía por un extremo del
lago, una figura impersonal...
Fuera lo que fuera, Algo totalmente distinto a
la Olga que yo conocí.
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