martes, 4 de febrero de 2020

Relato 306


                                               Lago

Olga no soy yo, podría ser tú o cualquiera mujercita soñadora de treinta y tantos. Olga está en la biblioteca Central de Barcelona, en uno de los bancos laterales más alejado de la calle. Necesita silencio, todos necesitamos silencio, un silencio necesario para emprender una transformación en la vida. Olga, sentada, tensionada, tiene los ojos cerrados (acaba de cerrarlos) y un volumen de geografía fantástica abierto ante sí, por la página noventa y nueve. Está en el límite, a punto de cruzar la frontera de lo verosímil, a punto de llenarse de ceros y de sumergirse en el misterioso lago de la página cien que la pretende y seduce.  ¿Estará preparada?
        —¿Estás preparada? —le pregunto.
        —Tú, ¿quién eres?
        —Soy el narrador, estoy aquí para narrar tu hazaña, la hazaña que estás a punto de emprender. Para que no se quede en el anonimato.
        Olga, sin moverse ni abrir los ojos, susurra algo parecido a...
        —¿Te parece buen momento para bucear por el gran ojo terráqueo?
        —Tú decides, mi niña, yo no importo, eres tú la que te has de sumergir, las condiciones son idóneas, la luna es nueva, es importante que no haya luna reflejada en la lámina del lago, no ha de haber más testigo que este cronista. Tú has de elegir el mejor momento, yo sólo escribo, te sigo y estoy a punto...
        Olga no lleva vestido de baño, sino un camisón de dormir blanco, de esos hasta los pies, que recuerda mucho a las hadas de los cuentos, si llevara una varita mágica sería igualita, pero Olga no lleva varita mágica, sus manos en el regazo, Olga lleva algo más poderoso, determinación para llevar su existencia a una vida con sentido, demasiados años viviendo en el hueco de la escalera.
        Olga parece sonámbula, se mueve en el filo terrible del duermevela, ahora está relajada, completamente, respira profundo y sin más se decide, da un impulso y se sumerge en el lago misterioso de los espejos, cruza la página cien, se atreve con el desafío de los ceros, la abruman, la cercan, la oprimen, le llenan de agua dulce la boca, los pulmones y… sin aspavientos Olga se va hacia el fondo (yo no percibí que hiciera ninguna resistencia, la verdad) y desaparece. 
        Lo puedo escribir en esta nota de prensa porque estaba ahí y me salí un poco antes de que Olga se esfumara. Cumplió su anhelo, sólo por eso la admiro, sólo por eso testifico su hazaña póstuma. Sin embargo, urge señalar que esa noche no había luz en la luna y mi vista, cansada por los años no es la que era, y añadiría que aún estando tan oscuro me pareció entrever Algo, una sombra, tal vez una quimera que emergía por un extremo del lago, una figura impersonal...
         Fuera lo que fuera, Algo totalmente distinto a la Olga que yo conocí.  

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