Moretón
—¿Cómo
te lo hiciste?
—Con el pedal de la bici.
—¿Te duele?
—Un poco.
—Ponte saliva.
—Me he puesto una pomada transparente
que me ha dado mi yaya.
—Tardará días.
—Ya lo sé. Una vez me di un golpe en
esta otra pierna y me duró semanas. Me salió alrededor una mancha grande,
parecía un huevo frito, muy frito. ¿Ves? casi no se nota.
—No, no se nota. Bueno, un poco, el
color es distinto.
—El médico dice que tengo la piel
delicada y la sangre muy gandula. —A
mí también me tarda días. Papi dice que tengo su misma piel pecosa, y que hemos
de vigilar con los golpes y el sol, que es cosa de familia, más o menos y que
viene de lejos. Por eso llevo pantalones largos.
—Yo también tendría que llevar. La yaya
no quiere, dice que moretón a moretón me iré haciendo fuerte. Ella está
orgullosa de sus moretones, tiene muchos, está muy contenta porque ya no le
hacen daño, dice que la vida la ha llenado de moretones.
—¡Qué suerte! ¡Qué no hagan daño!
— Sí.
—Por eso su piel está tan amoratada, la
protege del sol y de los golpes. Parece una berenjena.
—Sí. Además, mi yaya dice que es algo
que se contagia fácilmente, que cuando seamos mayores todos tendremos la piel a
prueba de daños, pero que hace falta llegar a mayor y por eso la pomada que me
da para que yo crezca fuerte, porque a mí los golpes todavía me hacen pupa.
—Y a mí. No sé, la saliva,
¿cómo se llama tu pomada transparente?
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