Charco
Le
parece que llueve, sí, cree que llueve, pero duda en levantarse de la cama,
debe ser muy temprano, entreabre los ojos, aún no son las cinco, cree que
llueve, su mujer resopla a su lado, si me levanto se despertará, mal asunto,
luego bronca, “no tenías nada mejor que hacer que levantarte a las cinco de la
madrugada, ya me has roto el sueño, con lo que me disgusta y lo sabes.”
Lo sabe, ella es muy sensible al movimiento de
la cama, demasiado, se despierta por nada, cuando van a orinar lo hacen juntos,
uno detrás de otro, con la luz apagada para no desvelarse, parecemos unos
autómatas, sí, unos autómatas.
Le
parece que llueve, ahora lo distingue claramente, con el silencio de la noche,
oye gotas en el tejado, suaves, como pisadas de gato al acecho, “lo que hace
vivir en un ático, una cubierta te separa del cielo abierto, de sus
inclemencias, a ella no le afecta la lluvia, más bien la relaja.” “Vamos al parc de les Aigues, está lloviendo, iremos sin paraguas, será divertido,
nos mojaremos” “ve tú, no quiero mojarme, la lluvia, mejor tras los cristales.”
“Eso la disgusta también, claro que con lo
dormida que está tampoco la oye, ahora duerme, sí, y duerme profundo, su respiración
es pedregosa, se mezcla con la lluvia incipiente, está claro que empieza a
llover”. El tipo aguza el oído, aparta la oreja de la almohada, se concentra y
contiene el aliento, cree que llueve. “Si me levanto con cuidado no me oirá, si
lo hago acompasado con su respiración, no la despertaré.”
Escasos metros, no más de tres, le separan de
la ventana. Afuera, las farolas de la calle delatarán la lluvia, descorrerá las
cortinas y verá gotas enracimadas resbalar por el cristal, una tras otra, como
enanitos, arrastrando el polvo de días de descuidos y sedimentos, y verá el
enorme charco de agua que se forma delante de su casa siempre que llueve,
aunque llueva poco. Hay un badén casi sobrenatural, una alberca ciclópea con
forma de ojo asiático que refleja el edificio entero y las jacarandas, ahora
azules. “Eso es de los camiones, demasiadas obras en el barrio, estamos
rodeados de grúas… Sí, ella tiene razón, grullas y no grúas es lo que
necesitamos, la ciudad, una pesadilla, a todas horas, camiones con toldos
verdes o rojos, camiones y más camiones, y trailers con contenedores Everest de color calabaza, así
cualquiera no se hunde, y este asfalto se ha hundido.”
Sabe que, si se levanta, aunque vaya con
cuidado, ella se despertará y en la calzada verá la mirada inmisericorde del
gran ojo oriental de cada día esmaltado por la lluvia de siempre.
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