Peregrino
Amigo, ahora mismo transitando por estas trashumantes tierras
me rebosa una añoranza extraña y mi corazón, solitario, se enternece al
acordarme de ti.
Tú y yo anduvimos antaño juntos por estas
mismas cumbres y llanuras, perdidos por estos montes de la desesperanza, uno
amarrado al otro, uno sosteniendo al otro.
Amigo, te sigo extrañando, allí donde te
encuentres, que hace muchos años que no te veo, que los torrentes nos alejaron
del estruendo del desfiladero, que apenas recuerdo tu nombre, Antonio, y apenas
tu rostro orondo, de barba espesa, con unas gafas gruesas de pasta y oscuras.
Sabes, tal vez no nos veamos nunca más,
incluso puede que si un día el azar quisiera que nos cruzáramos por la calle, no
nos reconociéramos. ¿Tanto habremos cambiado? ¿Seguirá tu tierra siendo la
tierra que recorres? ¿Seguirás siendo un ciudadano del mundo, que tanto ufano
te ofrecía? Veo ahora ondear en tu ausencia los trigales, y los gorriones,
¿sabes?, siguen ahí, enredando entre las espigas con sus juegos y trinos, y el dorado
sol de mediodía que no cesa de rebrincar luminiscencias sobre donde puede
alcanzar la vista.
Son las mismas tierras de labranza, las
mismas de nuestras caminatas, pero tomadas en otro momento, con otros ojos, con
ojos de distancia, y esto hace, amigo, que no sean las mismas, pues nada es tan
cambiante y peregrino como la guarida del pasado y de la memoria que es su
huésped. ¿A dónde fueron aquellos sueños nuestros de reforma? ¿A dónde nuestras
palabras y anhelos? ¿A dónde nuestra juventud revolucionaria?
Querías ser poeta, taladrar la acerada hacienda
de papel con el afilado arado de tu pluma y un idealismo escaso de bagaje. ¿Qué
fue de todo ello, Antonio?
¿Tendrás casa? ¿Compañía?
Tal vez tengas como querías un tren, una
ciudad, o un lugar donde caerte vivo o muerto escribiendo versos o tal vez sólo
te mantenga en pie como entonces la soledad.
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