martes, 12 de octubre de 2021

Relato 394

 

                                      Peregrino

 

Amigo, ahora mismo transitando por estas trashumantes tierras me rebosa una añoranza extraña y mi corazón, solitario, se enternece al acordarme de ti.

Tú y yo anduvimos antaño juntos por estas mismas cumbres y llanuras, perdidos por estos montes de la desesperanza, uno amarrado al otro, uno sosteniendo al otro.

Amigo, te sigo extrañando, allí donde te encuentres, que hace muchos años que no te veo, que los torrentes nos alejaron del estruendo del desfiladero, que apenas recuerdo tu nombre, Antonio, y apenas tu rostro orondo, de barba espesa, con unas gafas gruesas de pasta y oscuras.

Sabes, tal vez no nos veamos nunca más, incluso puede que si un día el azar quisiera que nos cruzáramos por la calle, no nos reconociéramos. ¿Tanto habremos cambiado? ¿Seguirá tu tierra siendo la tierra que recorres? ¿Seguirás siendo un ciudadano del mundo, que tanto ufano te ofrecía? Veo ahora ondear en tu ausencia los trigales, y los gorriones, ¿sabes?, siguen ahí, enredando entre las espigas con sus juegos y trinos, y el dorado sol de mediodía que no cesa de rebrincar luminiscencias sobre donde puede alcanzar la vista.

Son las mismas tierras de labranza, las mismas de nuestras caminatas, pero tomadas en otro momento, con otros ojos, con ojos de distancia, y esto hace, amigo, que no sean las mismas, pues nada es tan cambiante y peregrino como la guarida del pasado y de la memoria que es su huésped. ¿A dónde fueron aquellos sueños nuestros de reforma? ¿A dónde nuestras palabras y anhelos? ¿A dónde nuestra juventud revolucionaria?

Querías ser poeta, taladrar la acerada hacienda de papel con el afilado arado de tu pluma y un idealismo escaso de bagaje. ¿Qué fue de todo ello, Antonio?

¿Tendrás casa? ¿Compañía?

Tal vez tengas como querías un tren, una ciudad, o un lugar donde caerte vivo o muerto escribiendo versos o tal vez sólo te mantenga en pie como entonces la soledad.

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