martes, 3 de junio de 2014

Relato 10

                                     Juicio

        ─La maté, es cierto, fue un arrebato de celos, lo siento, señoría, lo siento muchísimo, no lo volveré a hacer. Se echa a llorar. El sol se filtra por uno de los ventanales que da al Este y se pueden ver con claridad las partículas de polvo en suspensión flotando caprichosamente por la sala. Salvo el lloro desconsolado  de la acusada no se escucha nada más, si acaso el cansino latido de un reloj de péndulo colgado en la pared del fondo, junto a la puerta de emergencia. La sala está llena, es un caso de asesinato que ha movilizado la prensa y la opinión pública. 
        Me engañaba, llevaba meses engañándome, no lo pude soportar, lo siento, señoría, lo siento muchísimo, no lo volveré a hacer.
         Se limpia las lágrimas con la mano libre, el juez le pasa una caja de pañuelos de papel, coge algunos, se seca las mejillas, se restriega los ojos, no puede levantar la vista, el auditorio le da miedo no puede soportar su mirada condenatoria, vuelve a llorar, ahora en silencio. Se oyen murmullos que no cesan, que van en aumento, el reloj señala las doce y cuarto, el filtro del aire condicionado echa aire caliente que revoluciona las partículas en suspensión, una mujer tose, otra estornuda, alguien se suena la nariz y se oye el choque de un móvil cayéndose al suelo.
         Silencio en la sala ordena el juez. Afuera el tráfico, los cláxones, las sirenas, el bullicio de la muchedumbre caminando, la indiferencia, todo se escucha desde dentro, amortiguado.
         Yo la amaba, no sé cómo pudo pasarme una cosa así, estábamos bien, éramos felices, no lo entiendo, no me acuerdo, señoría, no me acuerdo de nada, esa noche, en la cocina, no sé, me debí volver loca. 
        Una mujer de las primeras filas envuelta en un abrigo blanco se levanta de entre el público con algo pequeño pero reluciente en su mano derecha, apunta diligentemente y dispara. El reloj señala exactamente las doce y veintitrés.   
          

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