Estrategia
―Ana, hemos de hablar.
―¿De qué?
―De ti y de
mí.
―¿Y eso?
―Desde que
trabajas has cambiado.
―Sí, es
verdad, he cambiado.
―Cuando
estabas en casa yo giraba alrededor de tu mundo y tú alrededor del mío, pero
ahora estás siempre ocupada con el trabajo, apenas nos vemos, te siento lejos,
no puedo continuar así.
―Bueno, hago
lo que puedo, no somos unos críos, es cierto que el trabajo me exige mucha
dedicación y que estoy poco por casa y que nos vemos poco, pero bien sabes
Diego, que si me esforcé por acabar la carrera fue para ejercerla, ¿o no?
―Sí, claro,
y sé lo que te costó compaginar los últimos exámenes de licenciatura con el
embarazo. Sé que tuviste que renunciar a un trabajo interesante para cuidarte
de las niñas, de las tres que nos vinieron de sopetón... sé que siempre has
querido ejercer de bióloga, pero desde que trabajas apenas paras por casa,
apenas te veo, ya no hacemos el amor, no sé, Ana, esta situación es insostenible
para mí, no puedo compartir mi vida con una mujer que está casada con el
trabajo.
―Escucha
Diego, casada lo estoy contigo y desde hace quince años; lo del trabajo es
reciente. Acuérdate, te dije: “ Ahora que las niñas son mayorcitas voy a buscar
trabajo de lo mío”. Bien sabes que no me fue fácil encontrarlo, no soy una
criatura que digamos. Es cierto que ahora con las vacunas me exigen mucho, es
un trabajo estacional, compréndelo. Siempre te he apoyado y ahora que necesito
tu apoyo, ¿me lo niegas?
―No es que
no te apoye, te apoyo, pero resulta que cuando no son las vacunas de la gripe,
son las de la viruela o de experimentación para el Ébola. La cuestión, Ana, es que me siento lejos, que algo ha cambiado
entre nosotros desde que trabajas, no sé, te veo distinta, como más
autoritaria.
―Claro, me
ves distinta porque soy distinta. La joven ingenua que te idealizaba como
hombre ya no existe. Ahora simplemente asumo con responsabilidad el papel protagonista
de mi vida, nada más que eso y nada menos.
―¿Protagonista?
Vaya eso es nuevo, lo serás fuera de casa porque es que aquí, vamos ni apareces,
ni que te hubiera esclavizado. Yo estaba enamorado de la Ana con la que me
casé, la que me esperaba solícita en casa, la que disolvía cualquier conflicto,
aquella para quien yo lo era todo ¿Qué
queda de esa Ana?
―Qué va a
quedar ¡Nada! Esa Ana sólo existe en tu mundo, Diego, en el pequeño mundo que tú
creaste para los dos alrededor de las niñas y de tu banco, tus sellos, tus
costumbres, tu mundo nunca ha crecido y tú tampoco; en cierta forma a tu lado
he vivido sometida sin darme cuenta todos estos años. Ha sucedido que el
trabajo me ha dado la oportunidad de crecer como persona, mientras que contigo
no existía, era una especie de apéndice tuyo anclado en tu sueño, una sombra.
―No, si al final
resulta que la culpa es mía. Yo estoy soportando todo el peso de la casa, tú
nunca apareces y cuando me quejo, encima me tengo que tragar que soy un niñato
de mierda. ¡Habrase visto! Mira, Ana, estoy harto de tanta progresista moderna.
¿Qué os pasa?¿Os han comido el coco? ¡Yo esta situación no la aguanto más! O
dejas el trabajo o te dejo. ¡Así de claro! Eso así no puede continuar. Yo
quería a la Ana de la que me enamoré, esa que dices que no existe, pero te
equivocas. Por favor, tengamos calma, no quiero perderte, te amo, si dejas el trabajo
por mí lo consideraré un acto de amor. Creo que puedo cambiar, lo nuestro puede
reconducirse, estoy seguro.
―Escucha tú,
Diego, no te cabrees ni me hables así, yo también creo que puedes cambiar, pero
no a mi lado. Nos irá bien una separación, estoy segura; hace tiempo que me lo
estaba planteando y ahora que lo dices es un buen momento. Te has quedado
atrás, en cierto modo vamos con los pasos cambiados. No puedo continuar contigo
ni un segundo más; en el trabajo me siento valorada y estimada, aquí en casa
no, aquí sólo existe un mundo, el tuyo y tu particular sueño es justamente mi
pesadilla. Creo que eso es una despedida, la mejor para ambos, esto se ha
terminado, adiós.
No hay comentarios:
Publicar un comentario