martes, 3 de noviembre de 2015

Relato 84

      
                                           ... Rosa

¡Qué noche más triste! Xavi, qué noche más amarga aquella del siete de septiembre del año pasado, la de la brusca separación con Carlos; te acuerdas, ¿verdad? Suerte tuve que os encontré en casa y pude hablar con vosotros y desahogarme contigo y con Marta y me disteis ánimo y cobijo porque de cierto te digo que no sé que hubiera sido de mí, no sé que locura podría haber cometido viviendo en un sexto si me hubiera dado un pronto o yo que sé, el caso es que estaba muy mal y que vosotros me ayudasteis. Sabes, aún hoy no le perdono a Carlos lo que me hizo: fue algo monstruoso, no le perdono que me engañara con tanto descaro, que me traicionara, me sentí humillada, profundamente humillada. Ahora mismo que estoy hablando contigo, sólo con recordarlo me estremezco, mira, piel de gallina; es demasiado vivo aún para mí, lo tengo como ves a flor de piel y eso que sigo yendo al psiquiatra que me recomendasteis, ya va para ocho meses. Fue todo tan repentino ¿Tienes prisa? Creo que hablar contigo en estos momentos me irá bien ¿Te apetece un café? —Por favor, dos cafés, uno descafeinado de máquina. Sabes, hace siglos que no tomo café del bueno, por pura prescripción médica...

         Pues aquella noche yo estaba feliz, te lo juro Xavi, recuerdo que estaba planchando, esperándole y viendo las noticias por la tele y me sentía protagonista de un matrimonio perfecto, ordenado y sin inquietud alguna. Recuerdo que guardé la ropa en el armario y también sus calzoncillos, aunque eso siempre lo hacía él, en el cajón correspondiente, el segundo, me acuerdo bien; fue al cerrarlo cuando vi de refilón unas cartas plegadas recogidas con una goma en el fondo del cajón. Iban dirigidas a Carlos. Al principio pensé que no eran de mi incumbencia, que serían de antiguas amistades, tiene tantas, o de su trabajo de viajante de modo que continué plegando ropa sin darle más importancia, pero no podía sacármelas de la cabeza, me extrañaba que las tuviera allí, escondidas, dudé, me dije: “¿las miro o qué?” Y lo hice.

         Creo sinceramente que me precipité; jamás tenía que haberlas leído, jamás, te lo digo de corazón, Xavi, de no haberlo hecho nada habría sucedido. El caso es que lo hice: me entrometí en sus asuntos. Me quedé petrificada: eran cartas de amor de una tal Irene de Terrassa, cartas de amor de fecha reciente, dirigidas a mi marido mostrando un desprecio absoluto para mi persona y en donde él ejercía a sus anchas el papel de víctima que tanto le gusta. Escucha, Xavi, eso no se lo he dicho todavía a nadie: recuerdo el párrafo final de una de las cartas, creo que lo recordaré mientras viva; decía:... “A ver cuando le dices a la bruja de tu esposa Rosa que no la soportas, que es más remilgada que una monja y que en la cama no funciona como yo si sé que te gusta a ti, mi Carlanga amado, hasta cuando la aguantarás, amor mío.” Y firmaba “Irene toda tuya para lo que tú quieras.” ¿Será bruja, decir que en la cama no funciono cuando era Carlos quien no quería tener relaciones sexuales  por no tener hijos? Y llamarle Carlanga, ¡caradura! No sé, Xavi, tú eres amigo de los dos pero esa traición jamás me la hubiera esperado de él, es un acto muy cobarde. Yo soy franca, clara y directa, considero que hablando se entiende la gente y cuando me gusta algo lo digo y cuando no, también, pero él no me dijo nunca nada.

        Yo le adoraba, en los siete años de noviazgo no había recibido más que atenciones, ternura, buenas palabras, buenos gestos, delicadeza, no me lo explico. Sabes que estuve a punto de callar, de guardar las cartas en su sitio y no decirle nada, sabes que estuve a punto de preferir vivir en la mentira que romper mi relación con él con la verdad. Él era mi vida, mi referencia, mi motivo de vivir, de luchar juntos para construir un hogar en común para nuestros hijos venideros, él era todo lo que tenía y de pronto por ojear unas cartas ocultas me hundía en el dolor y la miseria, me sumía en la desesperación, estaba sola por primera vez en mi vida y lloré como nunca había hecho antes, derrumbada os llamé, me ayudasteis; hoy todo está muy reciente pero estoy descubriendo de nuevo las ganas de vivir, hoy  estoy descubriendo una Rosa escondida y magnífica, capaz de rehacer su vida.


        Quiero decirte, Xavi, que hasta hace poco no me imaginaba poder vivir sin él a mi lado, ha sido muy duro, enterarme por un casual que la persona que amas y a la que entregas lo mejor de ti, te ha traicionado; sabes, hasta hace poco le hubiera perdonado su infidelidad, hubiera hecho como si no hubiera ocurrido o incluso habérselo consentido con tal que no se alejara de mí, con tal de mantener la compostura. Temía el escándalo, lo reconozco, defendía una imagen del buen matrimonio y ahora todo se iba al garete, mi madre se moriría del disgusto, ya lo pasó mal cuando dejé la fábrica y con el dinero del paro me puse a estudiar Enfermería, a mis treinta y tres, le supliqué que no me abandonara, que  nos esforzaríamos para mejorar la relación, que lucharíamos por el amor que nos habíamos tenido, por el amor que nos teníamos, por si quedaba algo, que le perdonaba sus infidelidades, que no se fuera de mi lado, Pero él me zarandeó violentamente, me espanté, nunca antes lo había hecho, y me lanzó sobre la cama, junto las cartas. Se fue dando un portazo y yo me quedé llorando amargamente sola; todo mi mundo acababa de derrumbarse como un castillo de naipes. Entonces, antes de cometer una locura os llamé.                                             

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