... Rosa
¡Qué noche más triste! Xavi, qué noche más amarga aquella del siete de
septiembre del año pasado, la de la brusca separación con Carlos; te acuerdas,
¿verdad? Suerte tuve que os encontré en casa y pude hablar con vosotros y
desahogarme contigo y con Marta y me disteis ánimo y cobijo porque de cierto te
digo que no sé que hubiera sido de mí, no sé que locura podría haber cometido
viviendo en un sexto si me hubiera dado un pronto o yo que sé, el caso es que
estaba muy mal y que vosotros me ayudasteis. Sabes, aún hoy no le perdono a
Carlos lo que me hizo: fue algo monstruoso, no le perdono que me engañara con
tanto descaro, que me traicionara, me sentí humillada, profundamente humillada.
Ahora mismo que estoy hablando contigo, sólo con recordarlo me estremezco,
mira, piel de gallina; es demasiado vivo aún para mí, lo tengo como ves a flor
de piel y eso que sigo yendo al psiquiatra que me recomendasteis, ya va para
ocho meses. Fue todo tan repentino ¿Tienes prisa? Creo que hablar contigo en
estos momentos me irá bien ¿Te apetece un café? —Por favor, dos cafés, uno
descafeinado de máquina. Sabes, hace siglos que no tomo café del bueno, por
pura prescripción médica...
Pues aquella noche yo estaba feliz, te lo juro
Xavi, recuerdo que estaba planchando, esperándole y viendo las noticias por la
tele y me sentía protagonista de un matrimonio perfecto, ordenado y sin
inquietud alguna. Recuerdo que guardé la ropa en el armario y también sus
calzoncillos, aunque eso siempre lo hacía él, en el cajón correspondiente, el segundo, me acuerdo bien; fue al cerrarlo cuando vi de refilón unas cartas plegadas
recogidas con una goma en el fondo del cajón. Iban dirigidas a Carlos. Al
principio pensé que no eran de mi incumbencia, que serían de antiguas
amistades, tiene tantas, o de su trabajo de viajante de modo que continué
plegando ropa sin darle más importancia, pero no podía sacármelas de la cabeza,
me extrañaba que las tuviera allí, escondidas, dudé, me dije: “¿las miro o
qué?” Y lo hice.
Creo sinceramente que me precipité; jamás
tenía que haberlas leído, jamás, te lo digo de corazón, Xavi, de no haberlo
hecho nada habría sucedido. El caso es que lo hice: me entrometí en sus
asuntos. Me quedé petrificada: eran cartas de amor de una tal Irene de
Terrassa, cartas de amor de fecha reciente, dirigidas a mi marido mostrando un
desprecio absoluto para mi persona y en donde él ejercía a sus anchas el papel
de víctima que tanto le gusta. Escucha, Xavi, eso no se lo he dicho todavía a
nadie: recuerdo el párrafo final de una de las cartas, creo que lo recordaré
mientras viva; decía:... “A ver cuando le dices a la bruja de tu esposa Rosa
que no la soportas, que es más remilgada que una monja y que en la cama no
funciona como yo si sé que te gusta a ti, mi Carlanga amado, hasta
cuando la aguantarás, amor mío.” Y firmaba “Irene toda tuya para lo que tú
quieras.” ¿Será bruja, decir que en la cama no funciono cuando era Carlos quien
no quería tener relaciones sexuales por
no tener hijos? Y llamarle Carlanga, ¡caradura! No sé, Xavi, tú eres
amigo de los dos pero esa traición jamás me la hubiera esperado de él, es un
acto muy cobarde. Yo soy franca, clara y directa, considero que hablando se
entiende la gente y cuando me gusta algo lo digo y cuando no, también, pero él
no me dijo nunca nada.
Yo
le adoraba, en los siete años de noviazgo no había recibido más que atenciones,
ternura, buenas palabras, buenos gestos, delicadeza, no me lo explico. Sabes
que estuve a punto de callar, de guardar las cartas en su sitio y no decirle
nada, sabes que estuve a punto de preferir vivir en la mentira que romper mi
relación con él con la verdad. Él era mi vida, mi referencia, mi motivo de
vivir, de luchar juntos para construir un hogar en común para nuestros hijos
venideros, él era todo lo que tenía y de pronto por ojear unas cartas ocultas
me hundía en el dolor y la miseria, me sumía en la desesperación, estaba sola
por primera vez en mi vida y lloré como nunca había hecho antes, derrumbada os
llamé, me ayudasteis; hoy todo está muy reciente pero estoy descubriendo de
nuevo las ganas de vivir, hoy estoy
descubriendo una Rosa escondida y magnífica, capaz de rehacer su vida.
Quiero
decirte, Xavi, que hasta hace poco no me imaginaba poder vivir sin él a mi
lado, ha sido muy duro, enterarme por un casual que la persona que amas y a la
que entregas lo mejor de ti, te ha traicionado; sabes, hasta hace poco le
hubiera perdonado su infidelidad, hubiera hecho como si no hubiera ocurrido o
incluso habérselo consentido con tal que no se alejara de mí, con tal de mantener
la compostura. Temía el escándalo, lo reconozco, defendía una imagen del buen
matrimonio y ahora todo se iba al garete, mi madre se moriría del disgusto, ya
lo pasó mal cuando dejé la fábrica y con el dinero del paro me puse a estudiar Enfermería, a mis treinta y tres, le supliqué que no me abandonara,
que nos esforzaríamos para mejorar la
relación, que lucharíamos por el amor que nos habíamos tenido, por el amor que
nos teníamos, por si quedaba algo, que le perdonaba sus infidelidades, que no
se fuera de mi lado, Pero él me zarandeó violentamente, me espanté, nunca antes
lo había hecho, y me lanzó sobre la cama, junto las cartas. Se fue dando un
portazo y yo me quedé llorando amargamente sola; todo mi mundo acababa de
derrumbarse como un castillo de naipes. Entonces, antes de cometer una locura
os llamé.
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