Frialdad A la memoria de Clarice
Lispector
Siguieron fríos. De piedra. Sus labios después de que la besara. No entendí
nada, nada, y, rabioso, me puse a llorar como el crío que era. Ella,
silenciosa, me miraba, mansejona, y sus lágrimas a chorro me mojaban. Ni que
fuera la estatua de una fuente cercana merecía yo una mayor atención. Se
trataba de mi primer beso.
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