martes, 17 de noviembre de 2015

Relato 86


                                          Chamán

A : Monsieur Keimawe, Uaga                                       De : Enric Calvet i Rius
Sorcier de la village de Mosti                                        Barcelona  (Spain)
Près de la cité de Yako                                                
Burkina Faso (L’Afrique Central)                                            
                                             
Querido Kei:
Aún a riesgo de que estas líneas apresuradas no te lleguen a tiempo o hasta pasados unos meses, o incluso de que te no te lleguen nunca, aún así, querido amigo de mirada blanca, te escribo. Y lo hago con la misma entereza que tú me mostraste en la ceremonia aquella de iniciación en la choza de tus ancestros, -el ritual mágico de las máscaras Mupis-, pues estoy ahora mismo viviendo unos momentos muy críticos, tal vez definitivos. La verdad es que la muerte me persigue desde que regresé a Barcelona. Bien sabes que salí urgentemente de Mosti recién empezada la estación húmeda a causa de las malas noticias recibidas de mi hermana. El telegrama decía: padre grave, ven pronto. Y te dejé precipitadamente, me fui sin poder despedirnos. Lo lamento. Aún así, sepas, que llegué tarde, ya todo se había consumado; sólo pude acercarme a su tumba, derramar unas lágrimas de impotencia y pedirle perdón por haberle fallado, por haberme retrasado a su cita final. Me hubiera gustado atenderlo, acompañarlo, sanarlo, abrazarlo, no sabes cuanto dolor mantengo en el corazón; me hice médico para que mis padres vivieran eternamente y me fui por estos mundos de Dios con la ONG a salvar vidas a África. Ya ves, querido Kei, lo iluso que he sido, no he podido siquiera estar con mi padre en el momento de su muerte, no pude cogerle de la mano, darle el calor de mi  afecto ni, mirándole a los ojos, decirle: padre, te quiero. Tú, como chamán, sabes mejor que nadie lo importante que es cerrar los lazos afectivos. Tal vez por esto, Kei, amigo de dulce mirada, te escribo velozmente esta tarde desde esta cama del hospital, para evitar que se repita lo mismo, que me vaya a morir sin haberme despedido. Sí, Kei, estoy mal, mi corazón no ha soportado la pérdida, la arritmia me acucia cual tambores lejanos, el dolor me lo ha agujereado como un gruyere según dice la enfermera de la noche. Ayer te vi en sueños, una alucinación dijeron los médicos por la morfina; no saben, sé que viniste a verme, te sentí en la distancia más cerca que nunca, noté tu aliento en mis mejillas, tu fortaleza invisible sosteniéndome; hoy estoy mejor, con ánimos para escribirte. Aseguras que la muerte no es una puerta final; yo mismo lo vi en la cabaña aquella, poblada de espíritus, en donde me mostraste con claridad qué había detrás de la mentira de la muerte ¡Está llena de vida irresoluta! Me da miedo morirme así. Miedo teniendo algo pendiente contigo, sin haberte antes escrito, sin haberme despedido, sin cerrar nuestro mupis de afecto. Por eso, entrañable Kei, redacto estas líneas aceleradas, perdona la letra, aún a sabiendas que pueda que ya lo sepas y que no hiciera falta que llegaran a tus manos nunca.
        Un besazo de Enric, tu hermano europeo del alma, desde donde me encuentro. Habitación 217, Hospital General de Barcelona.
                                                                       A 17 de Noviembre de 2015.

                                           

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