Oferta
Debía
tener tres o cuatro años menos que yo, calculo que unos treinta y cinco, y me dijo que era del
Círculo de lectores y que estaba promocionado una oferta muy interesante, pues
si me hacía socio me ofrecían de regalo no sé qué.
Hablaba y hablaba con su acento
claramente argentino, pero pronto dejé de escucharla. Era una mujer delgada,
menuda y dicharachera que llevaba el cabello sujeto con una cola de caballo y
unos pendientes azabaches que oscilaban de un lado a otro mientras me iba
explicando las grandes ventajas de la oferta. Vestía un suéter oscuro, de manga
larga y cuello alto y por encima le pendía una cadenita de plata con un
colgante en forma de cruz. Llevaba tejanos ajustados y botines con un poco de
talón, no demasiado. Desde luego era más bajita que yo, pero tampoco mucho más.
Sus pómulos eran muy pronunciados, con unas arrugas de expresión que terminaban
justo en la comisura de los labios y hablaba y hablaba sin parar y sin dejar de
agitar la carpeta con papeles que llevaba en su mano izquierda al tiempo que
pulsaba y despulsaba el bolígrafo Bic de
su mano derecha. Tenía los ojos pequeños y le brillaban, me fijé que apenas
llevaba maquillaje, tal vez un poco en los labios, pero tampoco podría
asegurarlo. En esto estaba cuando, inesperadamente, dejó de hablar.
Juro que me sorprendió el silencio que
de repente se hizo entre nosotros. Entonces la miré en la cara, le volví a
mirar sus ojos vivaces, escondidos tras unas pobladas pestañas y torpemente
traté de sonreír, pero ella se ruborizó. Entonces me di cuenta que sólo llevaba
encima el albornoz, uno de azul que me había regalado mi ex mujer, que iba con
el cabello mojado, que había abierto la puerta sin siquiera haber mirado por la
mirilla, que todo aquello era muy extraño y yo mismo me sonrojé también.
—¿Le interesa? —me preguntó.
—No —le contesté, y cerré la puerta.
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