martes, 14 de junio de 2016

Relato 116

                                            Fue      


Fueron dos paradas, tal vez tres, no más, de bus. No podía dejar de mirarla. Ella tampoco. No nos habíamos visto nunca y de repente parecía como si nos conociéramos de toda la vida. O de otras vidas pasadas. Tenía ojos enormes como su boca, cola de caballo en su pelo castaño, pestañas ciclópeas, las movía como si fueran parabrisas. No paraba de mirarme. Me ruboricé. Los hombres no estamos acostumbrados a que nos miren un rato seguido a diferencia de las mujeres. Tendría unos veinticinco años, no más, y yo rondaba los cuarenta y cinco, casado y con tres hijos. Ella, de pie, junto a la puerta de salida y yo sentado en la parte de atrás del bus. Fue un flechazo. Aunque iba bastante lleno sólo estábamos ella y yo. Me enamoré de su sonrisa insinuante, de sus labios carnosos, entreabiertos, ligeramente sonrosados. Tan joven y tan segura. Llevaba una camiseta azul celeste, de manga corta, lisa, el brazo derecho levantado, sujetándose en una de las agarraderas de cuero, la axila rasurada, el ribete del sostén, azul claro. Se balanceaba con las sacudidas del bus, graciosamente y, nosotros, mirándonos absortos en medio de la gente como dos enamorados. Sentí que podía irme con ella a donde ella quisiera, que lo dejaba todo allí mismo, al instante, como un idiota, como un perfecto adolescente. Fueron dos paradas, tal vez tres, no más, pero sin pérdida de tiempo allí mismo la desnudé, descubrí sus senos, eran delicados, se los besé con ternura, apenas un roce con mi lengua, reseguí con saliva sus pezones, ella temblaba y cerraba los ojos, parabrisas abajo, la besé en los labios, al principio suave, sólo caricias, luego con más fuerza, fui entrando mi lengua, la pasión me desbordaba, nos desbordaba, la besé profundo, ella respondía, recorrí los recovecos de su boca con lengua exploradora, ella me correspondía, hundía la suya en la mía, ardíamos en pasión, abrazados, nos bamboleábamos en el bus, me atrapó por las nalgas, me arrastró a la cama, la desnudé del todo, ella veloz, fervorosa, vehemente, me despojó de los pantalones, de los calzoncillos, fuera todo impedimento, sus bragas azules volaron, me las puso en el rostro, olían a sexo de lavanda, a pelo rizado de hermosura. Entre sábanas vaporosas hicimos el amor, no fue un sueño, ella chillaba, qué loca y  nos corrimos no menos de dos veces seguidas. Luego, exhaustos, se vistió rápido y en Lesseps bajó y desapareció para siempre. Fueron apenas dos paradas, no más de tres, en el bus veintisiete.                            

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