Ángeles
Viste
de azul como la muñeca del cuento canesú pero es un muchacho y su nombre es
Ángel. Eso de que los ángeles no tienen sexo es una solemne tontería que se
inventaron los del Medioevo, ociosos porque no tenían televisión. Los ángeles
son seres vivos y como tales nacen,
crecen, se reproducen, envejecen y mueren. Quien diga que no están
vivos, miente. Y quien les niegue el sexo, también. Mi ángel tiene barba blanca
y es mayor que yo, que con 50 años soy un chaval a su lado. Y quien asegure que
son eternos, miente como un puerco espín o un cuervo. ¿Acaso alguien nos puede
mostrar algo que sea eterno entre lo vivo?
Incluso la propia estupidez humana no llega a ser tan eterna como
pretendía el gran sabio holandés Erasmo.
Los ángeles son seres vivos y dotados
de alas de verdad y no como estos americanos que vuelan con sus grandes motos
pintarrajeadas o aquellas hadas voladoras que se hacían pasar por mujeres
policía de la agencia Charlie. Esto se ve en la televisión, pero los ángeles de
los que hablo no se ven. Son invisibles para los mortales y con ello no quiero
decir que los ángeles sean inmortales, sino simplemente que viven más que los
mortales conocidos. Pertenecen al género de los multialatus cosmicus, que al
fin y al cabo no deja de ser un género más. Sus alas no son dos como llevan los
aviones o la mayoría de las aves conocidas sino que por término medio disponen
de cien alas, 50 a cada lado y a lo largo de su volátil piel. Se parecen más a
un ciempiés bestial que a un murciélago y cuando se desplazan por el gran cielo a distintas velocidades causan los
vientos y las corrientes de aire, responsables de las tormentas, huracanes y de
las mismas lluvias. Se trasladan por infrasonido, como los murciélagos y por
eso no los podemos oír, solo vemos los efectos que provocan, que sí son
audibles. Tampoco podemos verlos pues al ser tan veloces rozan la velocidad de
la luz y únicamente se pueden apreciar
fugaces destellos. Si entornáis los ojos al espacio veréis unas pequeñas bolitas
que descienden aleatorias; son las esteras que dejan a su paso vertiginoso, una
especie de burbujitas de aire. Popularmente se dice ha pasado un ángel, y es
por el remolino que deja al ir tan rápido.
El ángel azul del que os hablo
arregla calderas de calefacción. Como os podéis imaginar cada cual tiene un
oficio diferente. Hay zapateros que fabrican zapatos alados, peluqueros que
peinan cabellos de ángel, panaderos que elaboran pan de ángel y los más
hermosos que se dejan retratar para los textos sagrados. Todos tienen la misma
función: velar por nuestra salud, protegernos y busca nuestro mayor confort. De
ahí les viene lo de ángeles de la guarda de nuestra infancia, aunque también
está el oficio de estar de guardia, mientras la mayoría duerme, para las
urgencias. Mi ángel, como os digo, se encarga de mantener con buena combustión
la caldera de mi casa, es decir, mi salud.
A los ángeles les encantan las angelitas y el
flirteo (acordaros de san Valentín y su corazoncito flechado) y se enamoran y
se reproducen y nacen angelitos blancos, pero también de negros y de todos los
colores. Sólo los podemos ver si entrecerramos los ojos, recordarlo. A veces
mutan y se convierten en hermosos dientes
de león y no me estoy refiriendo a los animales de África, sino a esas
plantitas de largo pedúnculo rematado por una esfera llena de semillas blanquecinas
que soplamos para dispersarlas. Con razón decimos entonces que se nos ha ido el
ángel (¿o el santo?) al cielo y se va
con sus cien alas multicolores a colonizar paraísos lejanos.
Los ángeles son energías incorpóreas
y se alimentan de nuestros más etéreos pensamientos. A lo largo del día
pensamos tanto y tanto que parece que desperdiciemos muchos, mas no es así, pues
se convierten en su alimento preferido. El mundo angelical que vemos claramente
sólo cuando entornamos los ojos hacia el celeste infinito es verdadero,
protector y amable. Cada vez hay más ángeles/as y jerarquías de todo tipo,
crecen exponencialmente al alimentarse de nuestros propios pensamientos usualmente
baldíos y repetitivos. Un efecto obvio, según mi barbudo ángel azul.
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