martes, 19 de julio de 2016

Relato 121

                                         Glez

Me levanto. Voy al baño. Las tres treinta y seis. Orino. Oigo la puerta de la calle ¡Por fin! Suspiro. Hola hija... Qué tarde llegas... Que descanses... Me acuesto de nuevo. Pido soñar. Pido recordarlo. Sonrío. En la mesita un bolígrafo Bic naranja, una linterna perlada y mi libreta de sueños. Cierro los ojos, los aprieto, busco dormirme, cuento cuentas. A mi lado una mujer se enroca y resopla. Anoche se estropeó el lavaplatos: nado en aguas jabonosas. Mientras cenaba vi una entrevista gravada a un escritor hambriento apellidado Glez. Escribe sobre zapatos muertos en las costas de Tarifa y sobre el fuerte viento de Poniente. Escribe dejándose la piel –dice. Silencio oscuro. Oleaje suave. El mar gaditano mece mi patera hambrienta. Me duermo.

A la mañana escribo: “En blanco y negro y desde ras del suelo veo un camión de recogida de basuras enorme y gris que engulle bolsas negras y resopla la noche en cada acometida. Algunos hombres faenan sin levantar la cabeza, trasegando las inmundicias, parecen de piel oscura. Hay farolas escampadas por la gran plaza desierta y sus destellos erosionan los adoquines en roca viva. De repente cesa el estruendo, la máquina se para y los hombres, inmóviles, se recortan en contraluz como sombras de chocolate. Se quedan fijos, sin sonrisas, igual que una fotografía antigua. Vertiginosamente los rodeo; ahí siguen estropeados, como clavados en la escena y del camión algo, brillante y jabonoso, una espuma que se extiende por los adoquines abajo por la plaza casi playa desierta. Aun de pie, parecen muertos faenando.”

“Ahora me llegan los colores, veo un coche de policía azul uniformado. Buscan a un ladrón de perlas blancas. Mi cómplice. Ha huido. Huyo. Me persiguen. Me alejo de la playa casi plaza desierta. Aparece una niña ¡Cómo se parece a mi hija! La sigo, asciendo por una duna que resbala, por una piel acantilada, por unas barcazas entrelazadas. Llevo las perlas en la garganta. Presuroso la sigo, de color escaleras arriba. Desde abajo la policía me acecha, me dispara. De su cañón veo recortado un fogonazo naranja. Por fortuna fallan. A pie persigo a mi hada voladora. Se me caen los zapatos, los oigo chocar contra el fondo del arrecife. Chirría la puerta del viento. Resopla. Estoy asustado. Me aferro a la vida como lo hace un ahogante. Me deshago de la piel, de la ropa, del miedo. Parecen conformarse. Examinan los zapatos. Hay montañas de zapatos. Les oigo resoplar igual que oigo retumbar el mar de Poniente. Hambriento de vida huyo por el oleaje, tras mi niña, tras Tarifa, tras una dignidad. La espuma blanca me envuelve como en un regalo rehusado, y con la niebla de la mañana desaparezco.”

Amanece. Guardo el bolígrafo Bic naranja y la linterna perlada; sobre la mesita de noche cierro la libreta de mis sueños. Me levanto. Voy al baño. Las seis treinta y seis.          


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