Libro
Escuche,
amigo, si abre esta puerta, morirá. Se estremeció. Esto es un principio
amenazante, pensó. Volvió a leer la frase y se detuve en su última palabra:
morirá. En unos segundos se acordó de los muertos que había conocido. Había
perdido la cuenta. Antonio Salvat fue el primero. Aún yacía en la cama cuando
tuve la osadía de darle en la frente un beso de despedida, musita, complacido.
Al diablo, pensó, un mierda menos en el mundo. Estaba frío como un bloque de
hielo seco. Morirá, relee de nuevo, todo un aviso para uno a quien le emocionan
los libros de miedo, notó que sus labios temblaban y se helaban como cuando
besó treinta años atrás al enemigo muerto. Se los mordió. Luego inevitablemente
vinieron muchas más muertes, pero no volvió a besar a ningún otro. Con una
impresión había tenido bastante.
Tal vez porque intenta demostrarse a sí mismo
que puede superar aquel frío glacial le gusten tanto los relatos de terror y se
siente victorioso cuando los concluye sano y salvo. Un tipo de desafío que le
pone a prueba, como sucede en este nuevo libro que empieza a leer esta noche.
Siempre lee antes de acostarse, siguiendo una costumbre de la infancia. El
libro es Alguien (Editorial Hill, octubre 2016, varios autores,
traducido del inglés por A. Frías, original Somebody). Gente de su
confianza, sabedores de su pasión por los libros de misterio se lo han regalado
esta tarde, adelantándose a su aniversario y santo. El próximo dieciséis de
febrero cumplirá 64 años. Sus padres le pusieron de nombre Onésimo como el
santo del día en que nació. El regalo iba envuelto en papel rojo y anudado en
el centro con una pequeña calavera como adorno. Es un regalo precioso, es un
libro diferente, dijo a sus amigos. No es cuadrado ni rectangular, sino
circular. Efectivamente, distinto. Debe tener unas cien páginas y contiene (se
lee en la solapa) cien historias breves de terror, una por página. Relatos
breves para dormir intranquilo, pensó.
Escuche amigo, si abre esta puerta,
morirá, es el primer cuento y le pareció un principio amenazante, incluso
prometedor. Onésimo, repantigado entre almohadones en la cama, con su
lamparilla de noche iluminándole la página, a punto de descorchar el misterio
del primer relato, vio de refilón que la puerta del dormitorio oscilaba
ligeramente, estaba oscuro allí, la oyó chirriar y quedarse quieta. Aguzó el
oído, afuera llovía y soplaba viento, se oía, es el viento, se tranquilizó. Se
quedó observando la puerta en modo disimulo por unos segundos y no se movió
más. Tonterías, pensó. Regresó al placer del cuento, pero la puerta volvió a
inquietarle, juraría que se está moviendo, se está balanceando, no puede haber
nadie, estoy solo, no quiero asustarme. A mí nadie ni nada me asusta. Es la
tormenta, seguro.
Efectivamente estaba cayendo una de
buena en la calle Rosales. Ráfagas de aire, truenos tremebundos, y qué relámpagos,
farfulló, ajustándose los quevedos. Aquí estoy calentito. Retornó al relato,
determinado a no distraerse más. El olor de la tinta impresa le enamoraba, la
redondez del libro le seducía. Nunca habías tenido hasta ahora un libro
circular, Onésimo, repitió en voz alta. Estaba feliz. Para ver de qué iban las
narraciones y en contra de su costumbre empezó por el final, leyó el último
relato. Muy corto. Decía: amigo, esto se acabó. Poco original, musitó.
A
los pocos minutos, notó que le temblaba el libro en su regazo, que palpitaba,
que tomaba velocidad circular, algo inusitado, que se aceleraba, le quemaba las
yemas de los dedos, se descontrolaba, el libro tomaba vida y enloquecía, se
estaba activando, se le escapaba de las manos, le pareció que tomaba vida
prestada, que alguien, oculto tras la puerta, controlaba el libro a distancia
como si fuera un dron. Le pareció ver una sombra conocida echándole una especie
de reprimenda, como si él, el gran Onésimo, hubiera cometido un sacrilegio, un
error inaceptable. Absurdas reacciones del libro, de la puerta y de la sombra
que no venían al caso, al tratarse de relatos independientes, de autores distintos,
desconocidos entre sí y sin motivos aparentes para cometer venganza alguna ni
hacer daño a nadie. Aparentemente.
A la mañana siguiente en la prensa
local apareció el siguiente suelto: el famoso detective Onésimo Prieto Alfaro
ha aparecido muerto esta mañana en su domicilio de Madrid en extrañas
circunstancias. Tenía en sus manos un libro circular y el cuello seccionado.
Estaban empapados en sangre junto a unos quevedos entre almohadones.
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