martes, 14 de febrero de 2017

Relato 151

                                              Libro

Escuche, amigo, si abre esta puerta, morirá. Se estremeció. Esto es un principio amenazante, pensó. Volvió a leer la frase y se detuve en su última palabra: morirá. En unos segundos se acordó de los muertos que había conocido. Había perdido la cuenta. Antonio Salvat fue el primero. Aún yacía en la cama cuando tuve la osadía de darle en la frente un beso de despedida, musita, complacido. Al diablo, pensó, un mierda menos en el mundo. Estaba frío como un bloque de hielo seco. Morirá, relee de nuevo, todo un aviso para uno a quien le emocionan los libros de miedo, notó que sus labios temblaban y se helaban como cuando besó treinta años atrás al enemigo muerto. Se los mordió. Luego inevitablemente vinieron muchas más muertes, pero no volvió a besar a ningún otro. Con una impresión había tenido bastante.
        Tal vez porque intenta demostrarse a sí mismo que puede superar aquel frío glacial le gusten tanto los relatos de terror y se siente victorioso cuando los concluye sano y salvo. Un tipo de desafío que le pone a prueba, como sucede en este nuevo libro que empieza a leer esta noche. Siempre lee antes de acostarse, siguiendo una costumbre de la infancia. El libro es Alguien (Editorial Hill, octubre 2016, varios autores, traducido del inglés por A. Frías, original Somebody). Gente de su confianza, sabedores de su pasión por los libros de misterio se lo han regalado esta tarde, adelantándose a su aniversario y santo. El próximo dieciséis de febrero cumplirá 64 años. Sus padres le pusieron de nombre Onésimo como el santo del día en que nació. El regalo iba envuelto en papel rojo y anudado en el centro con una pequeña calavera como adorno. Es un regalo precioso, es un libro diferente, dijo a sus amigos. No es cuadrado ni rectangular, sino circular. Efectivamente, distinto. Debe tener unas cien páginas y contiene (se lee en la solapa) cien historias breves de terror, una por página. Relatos breves para dormir intranquilo, pensó.
        Escuche amigo, si abre esta puerta, morirá, es el primer cuento y le pareció un principio amenazante, incluso prometedor. Onésimo, repantigado entre almohadones en la cama, con su lamparilla de noche iluminándole la página, a punto de descorchar el misterio del primer relato, vio de refilón que la puerta del dormitorio oscilaba ligeramente, estaba oscuro allí, la oyó chirriar y quedarse quieta. Aguzó el oído, afuera llovía y soplaba viento, se oía, es el viento, se tranquilizó. Se quedó observando la puerta en modo disimulo por unos segundos y no se movió más. Tonterías, pensó. Regresó al placer del cuento, pero la puerta volvió a inquietarle, juraría que se está moviendo, se está balanceando, no puede haber nadie, estoy solo, no quiero asustarme. A mí nadie ni nada me asusta. Es la tormenta, seguro.
        Efectivamente estaba cayendo una de buena en la calle Rosales. Ráfagas de aire, truenos tremebundos, y qué relámpagos, farfulló, ajustándose los quevedos. Aquí estoy calentito. Retornó al relato, determinado a no distraerse más. El olor de la tinta impresa le enamoraba, la redondez del libro le seducía. Nunca habías tenido hasta ahora un libro circular, Onésimo, repitió en voz alta. Estaba feliz. Para ver de qué iban las narraciones y en contra de su costumbre empezó por el final, leyó el último relato. Muy corto. Decía: amigo, esto se acabó. Poco original, musitó.
         A los pocos minutos, notó que le temblaba el libro en su regazo, que palpitaba, que tomaba velocidad circular, algo inusitado, que se aceleraba, le quemaba las yemas de los dedos, se descontrolaba, el libro tomaba vida y enloquecía, se estaba activando, se le escapaba de las manos, le pareció que tomaba vida prestada, que alguien, oculto tras la puerta, controlaba el libro a distancia como si fuera un dron. Le pareció ver una sombra conocida echándole una especie de reprimenda, como si él, el gran Onésimo, hubiera cometido un sacrilegio, un error inaceptable. Absurdas reacciones del libro, de la puerta y de la sombra que no venían al caso, al tratarse de relatos independientes, de autores distintos, desconocidos entre sí y sin motivos aparentes para cometer venganza alguna ni hacer daño a nadie. Aparentemente.

         A la mañana siguiente en la prensa local apareció el siguiente suelto: el famoso detective Onésimo Prieto Alfaro ha aparecido muerto esta mañana en su domicilio de Madrid en extrañas circunstancias. Tenía en sus manos un libro circular y el cuello seccionado. Estaban empapados en sangre junto a unos quevedos entre almohadones. 

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