martes, 6 de febrero de 2018

Relato 202


                                            Suicidio

Amor, lo siento, esto se acavó. No sé cómo lo han hecho, pero nos han descuvierto. Lo confieso. Aquí tengo la pistola que me diste y boy a usarla. Lo siento por ti y por mí. Tanta planificación para nada.
         Perdóname. La policía viene a vuscarme, estoy seguro. Hace un momento ha sonado el teléfono y no ha contestado nadie. Querían saver si estava en casa. Desde hace días noto que me siguen, me giro y no veo a nadie, pero están ahí, agazapados en la sombra. Sospechan de mí, no sé cómo, es angustioso. Van a enloquecerme. Lo saven, ¿me oyes?, lo saven y es extraño..., todo fue aparentemente perfecto.
        Ella murió de modo accidental, mientras yo estava lejos, en Sant Vicenç de Calders, como havíamos acordado. Seguí el plan, ¡ay amor!, no ha sido culpa mía, te lo aseguro. ¡Te amo tanto! Saves lo cuidadoso que soy. Todos me vieron coger el tren de Cercanías de las 21 en Sants. Me dejé ver en la cafetería, intercambié algunas palabras en el quiosco, compré el cupón al ciego dejándole mucha propina. ¡Me reconocieron cuando la rueda policíaca! La coartada era perfecta, no entiendo, ¿qué ha fallado?  Tú me esperavas con el coche en Bellvitge. Las 21,12. Me diste la volsa. Me puse el disfraz mientras me acercavas a casa. Simulé con la vufanda y me colé en el edificio sin que me viera nadie. En el ascensor me lo quité. Entré sin llamar. Ella estava fumándose un cigarrillo en la terraza. Me acerqué con ademán de vesarla, me miró indiferente, la aupé y la dejé caer al bacío. Ella y el cigarrillo a la calle. Ni gritó. No havía otra manera, lo havíamos hablado, ella no quería diborciarse. Me bolví a embutir el disfraz y con la volsa en la mano me escavullí sin que nadie me viera.  Nadie me vio, te lo aseguro. Esquibé la montonera de gente alrededor del cadáber aplastado en la acera. Seguí nuestro plan. Disfrazado tomé el regional en Sants que me dejó en Sant Vicenç a las 22,15 h., más o menos a la misma hora de llegada del de Cercanías. Tú me esperavas allí, me cambié en el coche, te di la volsa, la que deviste quemar ¿la quemaste? y quedamos en no vernos ni hablarnos hasta que la cosa se calmara. La coartada perfecta.
         Desde entonces han pasado casi cuatro meses. Amor, amor, yo creía haver representado vien el papel de marido afligido, he fingido llorar, apenarme por la muerte accidental de Mari, todos han visto mi calbario por su pérdida. Pero me han atrapado, no hay nada a hacer, oigo pasos que se acercan cautelosos por la escalera. No entiendo dónde me he equibocado, tal vez sea por el ADN, pero en cualquier caso todo ha sido inútil, la policía viene a por mí, nos ha cogido. Es algo que no boy a soportar. No boy a soportar el escándalo ni permanecer más tiempo alejado de ti. Te lo adbertí. Te adbertí que si las cosas se torcían utilizaría la pistola. Aunque me cueste. El arma está cargada y dispuesto a utilizarla. Ésta es la carta de un hombre desesperado, me responsavilizo de todo. No puedo bivir, no podría acostumbrarme a tu ausencia, malbiviendo en una cárcel el resto de mi bida. 
        Esto es lo más sensato, mi bida sin ti carece de sentido. Te amo por encima de todo. No puedo más, Gabriel.

         Después de leer la carta ensangrentada Alonso se limpió las lágrimas sin quitarse los guantes de látex ni mover la carta. Él había sido quien le había llamado desde una cabina para no levantar sospechas, solo que no funcionaba bien. Oyó su “diga” y se cortó. Sin saberlo había sido lo último que había oído pronunciar a su amor. Él fue quien con extrema precaución subió por las escaleras y se detuvo unos minutos antes, asustado al escuchar algo así como un disparo. Se temió lo peor y al entrar en el piso lo peor había sucedido. Ante todo tengo que mantener la calma, se repetía Alonso en voz baja, animándose. Aquello era horrible, inimaginable. Pensó rápido. No podía hacer nada por Gabriel, era evidente, pero sí por él mismo. La sangre en el suelo se estaba cuajando y flotaba en el aire una podredumbre ácida. Gabriel aún conservaba el revólver en su mano izquierda y mantenía el puño de la derecha en la mesa, sujetando el bolígrafo, manchando de rojo el papel. Su cabeza, echada hacia atrás, rezumaba hilos de sangre fluidos que iban espesándose. La bala le había atravesado las sienes de punta a punta. Alonso se aproximó a la mesa, dando un rodeo para evitar el charco de sangre, retiró ligeramente el puño contraído y con cuidado levantó la carta. Releyó las últimas líneas. Con pulcritud (Alonso era odontólogo) rasgó el papel, eliminando gran parte del escrito. Le dejó sólo el último párrafo, el que decía: "Esto es lo más sensato, mi bida sin ti carece de sentido. Te amo por encima de todo. No puedo más, Gabriel".
        Esto será suficiente, murmuró, una especie de nota de suicidio. El resto lo arrugó y lo guardó en un bolsillo envuelto en un pañuelo, con los guantes puestos. Se acercó a Gabriel y antes de irse le dio un beso en los labios, un beso largo y profundo.

        Estaban aún calientes.    

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