martes, 13 de febrero de 2018

Relato 203

                                 
                            Enamoramiento

Si digo que aborté trituro la historia sólo iniciarla y si digo que no, también. Así que mejor no os avanzo acontecimientos, mejor me sitúo en el momento por demás hermoso en que con diecisiete años me enamoré locamente de Antonio. Y cuando digo locamente quiero decir eso, me volví majara de pasión, cegata, el mundo se desvaneció bajo mis pies, flotaba por encima de las nubes como la diosa que ha reconocido el amor verdadero, el exclusivo, y me estaba pasando a mí, lo tenía clarísimo. Nadie podía entender mi plenitud, la alegría que sentía por las cosas sencillas, mis risas incontrolables, mi enamoramiento. Nadie.
        Nadie, ni mis amigas ni mis padres ni hermanos, nadie, me obnubilé, no había otro hombre que él, Antonio, puse mi vida en sus brazos, le di lo que me pidió. Ingenua, sólo le quería a él, lo que fuera con él, podía prescindir de todo y de todos salvo de mi Antonio. La situación se enconó de tal modo que nada importaba lo que opinaran mis allegados, nada, me enfrenté con todos, tuve duras palabras con mis padres, lloros, gritos, les amenacé con marcharme de casa, defendí mi amor a muerte, sólo quería oír las dulces palabras que salían de su embaucadora boca. Sí, ahora lo sé, embaucadora, pero por entonces, Antonio, formaba parte de mi vida, se la daba enterita si me la hubiera pedido, neciamente enamorada, qué estúpida. A río pasado es fácil, pero en vivo fue arduo, difícil para todos, me deslumbró.
         Ahora con treinta años lo veo pueril y lejano, causé daño sin querer a mi familia y él me lo causó a mí, me laceró el alma de por vida, aún me duele, me la marcó como a un becerro con la letra A. Tatuada de por vida. Me sucede que detrás de cada hombre que veo me aparece aún su imagen delgaducha, la nariz prominente y su aire desgarbado, detrás de cada mirada una sospecha, un miedo, un dolor de tripas que me reblandece las entrañas. Así de continuo.
        No he cerrado el ciclo como si no me lo permitiera, como si aún con todo lo que me hizo, continuara amándolo. Sigue herido mi corazón o mi vanidad por el rechazo, ofendida, atada a su cinto, no puedo perdonarle. Ansiosa de amar, me aferré a él como si no hubiera otro hombre, me adherí al peñón como una lapa sin percatarme que era endeble, de barro, quebradizo. Lo que fuera, pero con mi Antonio, esa era yo entonces, Eulalia Maravillas, así, de tonta.
        Cegada por mi amor adolescente no me di cuenta que yo no era más que una aventura para un chico de diecinueve años, quien sólo quería conocer la vida alejado de su asfixiante familia, experimentar el mundo de las relaciones libre de toda atadura, alardear de sus conquistas ante sus amigos y descubrir el amor y la sexualidad sin compromisos, preparándose para cuando le llegara el momento de casarse por la Iglesia, según su tradición familiar. ¿Casarte ahora? Estás loco.
        Fui una idiota, me dejé llevar por falsas promesas, al fin lo supe, cuando ya culminaban mis diecisiete, cuando un bebé llamó a la puerta, cuando alguien no quiso abrirle, cuando en el momento de la verdad me dejó en la estacada, cuando el amor con mayúscula tendría que imponerse y no se impuso, cuando llegó el momento de decir que sí, dijo que no. Dijo que no. El "no" reverbera todo el rato. Como un crío, que deshojara una margarita despiadada, unos días decía: tengámoslo, otros: no me veo capaz. Y yo como una mariposa girando a su alrededor. Luego lo supe, supe que su familia se oponía, no querían que su Toño fuera padre a los diecinueve, ¡qué barbaridad!, antes tenía que curtirse como hombre, que no veía que sería un desgraciado y el bebé también, que le pasaría como a su hermana, que quedó preñada de joven y tuvo que abortar... La mejor decisión que jamás había tomado. Ellos decidieron por nosotros, su familia en asamblea, hablaban por experiencia, decían. Para entonces tenía el apoyo de mis padres que aceptaban cualquier decisión que yo tomara, no paraban de decirme que se trataba de mi vida y de mi futuro, que respetaban mi decisión, que me querían y apoyaban hiciera lo que hiciera.
         Lo pasaron mal, muy mal, ahora lo sé, y también sé que todo lo que le sucede a uno por horrible que sea sirve para crecer y madurar.
        De modo que unos días sí, otros no, según le instruyera su familia y así pasaban las semanas y yo, preñada de vida y de incertidumbre, engordando la barriga, a merced de lo último que me trajera mi Antonio. Entretanto a cada nuevo día más suplicio para mí, más mareos, nauseas y malestar generales, sintiendo crecer dentro de mí algo que era rechazado a días alternos por el hombre que era su padre.
        Y yo, ¿qué sentía ante el hecho de ser madre soltera o de no ser madre?
Porque ésta es al fin y al cabo fue la pregunta fundamental que llegué a formularme, desesperada, una triste mañana de septiembre de hace doce años. Se trataba de mi vida. ¿Dónde me situaba yo en este proceso de sufrimiento? ¿Importaba a alguien? ¿Podría vivir sin Antonio? ¿Podría seguir? Tenía el apoyo de mis padres, pero, ¿podría seguir adelante toda sola?  
     
        ¿Y yo, qué?  Sabéis, ésta es la pregunta que cambia todas las vidas.
    

        Fue una niña, le puse Alicia, como la del cuento.

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