martes, 13 de marzo de 2018

Relato 207


                                  Torrentera

Anexa a la casa principal y un poco elevada hay una casita de madera que hace de pequeño taller de bricolage de José Miranda y su hijo Carlos. Arreglan bicicletas, la pasión que el padre ha transmitido al pequeño. Tal vez algún día, hijo, tú también participes en el Tour y quedes entre los diez primeros. Guardan las herramientas en un armario de plástico rígido bien organizado con las llaves fijas e inglesas a un lado y los recambios en otro, hay un pequeño mostrador  recubierto de hojalata para el montaje de piezas y el compresor de inflado con manómetro. El taller, montado por el propio José, tiene el suelo de cristal blindado y está encima de una torrentera, y permite el paso vertiginoso de la lluvia cuando rugen las tempestades en la montaña. Les agrada contemplar el paso del agua bajo sus pies y escuchar los murmullos de cascada mientras reparan bicicletas en silencio, lo prefieren a la ruidosa radio.
        Este mediodía sin embargo ha empezado a llover y ahora mismo está lloviendo mucho. Oyen el gotear intenso de la lluvia sobre el tejado de zinc y el reverbero del agua evacuando por los desagües de la casita. No hay goteras, José mira el techo, celebra haber sido concienzudo con la tela asfáltica, está cayendo agua, a mansalva, incluso piedras de buen tamaño, repican como una melodía amorfa, estamos a salvo, le dice a su hijo, quien, paralizado, le escucha a medias. La lluvia se incrementa, los cristales tiemblan, retruena en el cielo un cisco lejano, luego un silencio largo que se va adelgazando mientras crece un ruido sordo, un ruido ciclópeo que se les echa encima, lo sienten cada vez más cerca, temen ser engullidos por una ola gigantesca, instintivamente se protegen detrás del mostrador de hojalata.  
        Una trompa de agua enfangada invade la quebrada bajo la casa, los cimientos se ablandan, crujen las maderas, las ventanas palpitan, sorprendidos por la furia del agua desatada se refugian en el lado de la casita más retirado de la torrentera, aún así, el agua les salpica de fango, les ciega, ensucia sus ropas, las herramientas y las bicicletas, todo lo pierden de vista. Sube el nivel, se acurrucan junto a la ventana, el vendaval iza el mostrador unos centímetros y lo descarga pesadamente, sujetos en el alfeizar no ven pasar a gran velocidad toneladas de fango, piedras de diversos tamaños, ramas rotas, cascotes, arena, agua sucia cargada de sedimentos y de légamo que se precipita por el barranco a las calles de más abajo, en avenidas fluviales que arrastra vehículos, señales de tráfico, animales, sin tiempo a protegerse, ladera abajo. José descartó en su momento canalizar la torrentera con una tubería gruesa porque pensó que el limo la acabaría cegando sin que importara su grosor: no se puede, hijo, entubar una torrentera, irrumpe de golpe, demasiada impulsiva, sólo queda guarecerte, aprender y dejarla pasar.
         El caudal del agua chocolatada no afloja, fluctúa hasta agrietar el suelo de cristal, no se rompe, se resquebraja en relámpagos de agujas, les moja piernas, cabeza y manos por completo, desborda las canaletas, atruena la casa, les ensordece, se abrazan, asustados, quintales de agua enfangada, cargada de tropezones como la sopa con salpicones de carne que comen con frecuencia. Tiempo inacabable de zozobra que no avanza, el cielo explota, retumba y lentamente flaquea y calla, vuelve la calma, la lluvia afloja y cesa y al poco luce el sol de la tormenta, como si nada. Estamos a salvo, pero las herramientas del mostrador, las bicicletas del rincón a reparar, el compresor y el propio armario de las herramientas se los ha llevado la riada. No el mostrador, que sigue en pie, con la hojalata maltrecha. Ellos, embarrados, se han salvado por bien poco. Abajo, en una parte plana de una de las calles, se ha formado una bolsa de agua extrañamente cristalina en cuyo interior destellan luminosas unas llantas ovaladas.
         Necesitamos rastrillos y escobas para limpiar las calles y empujar toda el agua estancada y cenagosa hacia el desnivel del barranco. —reclama José en voz alta, muy alta.     

No hay comentarios:

Publicar un comentario