Linda
El hombre se
incorpora de la cama, coge un cigarrillo y un mechero de la mesita, lo
enciende, deja el mechero y se acerca a la ventana. Descorre la cortina, echa
una bocanada de humo y se queda mirando fuera. La vecina de la terraza de
enfrente, la chismosa, está con una escoba entre las manos y en este preciso
momento le está observando con esmero. Entonces el hombre se da cuenta de que
está desnudo, pero eso no le importa, por la ventana sólo puede verle el torso,
su torso atlético, se ríe, suspira y tose, echa humo por la nariz un par de
veces seguidas sin dejar de mirarla, desafiante, hasta que la vecina tuerce la
vista y sigue barriendo la terraza. Le parece que con la escoba en cualquier
momento puede salir volando.
―¿Te ha gustado?― pregunta el hombre.
En la cama hay un bulto envuelto en
sábanas, y no se sabe si está vivo o muerto, si es hombre, mujer o andrógeno.
Asoma una pierna perfectamente pulimentada, la derecha, y las uñas del pie,
impecablemente esmaltadas de rosa pálido.
El hombre sigue de pie ante la ventana y
ahora envía redondeadas oes con el humo del cigarrillo a la vecina que no hace
más que mirarle a hurtadillas desde su terraza más allá del cristal. También le
saca la lengua con la excusa de quitarse impurezas del tabaco.
―¿Te ha gustado, Linda?― repite el
hombre, elevando la voz.
Algo
se mueve en la cama, como accionado por un resorte y con una profunda voz
metálica responde: hace tiempo que no me corría así, amor.
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