martes, 27 de agosto de 2019

Relato 283


                                       Desnudez

Me dicen raro porque ando desnudo por casa, vaya estupidez. Si no quieren, que no me miren, así de simple. Al fin y al cabo tengo lo de cualquier hombre, más arriba o más abajo. Ellos, es decir, el vecindario de delante de mi piso, siempre están vigilándome, desconocen mis problemas de alergia. Toda ropa, de algodón o incluso de lino, me produce picor y me irrita la piel y las mucosas, me salen unas lonchas enormes como aguijones de avispa, se me hincha el cuello, me dificulta respirar, estornudo sin freno y sin moco, me lloran los ojos, se me enrojecen y se llenan de piedrecitas, y por encima de todo maldigo vivir esta situación insostenible.
        Tengo una alergia extraña, aún poco estudiada, a un componente del jabón en polvo, el methypropional, que también existe en el champú. Cuando hace calor la irritación se incrementa y me enfurezco, me dificulta vivir con normalidad y he encontrado en la desnudez el único remedio válido que me permite continuar activo, trabajando en casa, día a día, y seguir pintando óleos y escribiendo ficción, mis dos grandes pasiones.
        He adquirido en el barrio fama infundada de exhibicionista, y en la prensa de excéntrico por mis cuadros y cierta notoriedad como escritor de cuentos cortos de los que vivo arduamente, y por desdicha solo. Supongo que no debe ser fácil convivir con un tipo maniático y desgarbado como yo que anda en pelotas y desmelenado noche y día por su casa, estornudando a cada esquina. Lo cierto es que me he acostumbrado a vivir así. Defiendo la desnudez a ultranza: es natural y práctico, me proporciona bienestar, alegría, libertad de movimiento, puedo asear la casa, escuchar música, cocinar, y reencontrarme con mi cuerpo sin obstáculos culturales. Lo reivindico.
        Es verdad que ahora en verano no puedo salir a la calle y es un inconveniente vivir enclaustrado en un piso. Ciertamente, mis contactos son limitados, sólo admito personas desnudas a mi lado y esto no suele suceder con frecuencia. Así que en esta época voy en cueros por casa y nunca salgo de mi espacio seguro. Compro por Internet. Me hago traer la compra, y cuando abro la puerta ya no se me quedan mirando, sorprendidos, como hacían antes.
         Últimamente, viene el mismo repartidor o repartidora del supermercado de enfrente, se van alternado y hemos adquirido bastante confianza. Antes de entrar les echo un spray antialérgico y les hago descalzar, descargan en la pequeña cocina las verduras frescas que traen y después de ducharse les muestro mis obras pictóricas. Suelo darles una buena propina tanto si es Román como si es Elena. Ellos son mis únicos contactos con el mundo exterior. La mascarilla me la coloco de nuevo cuando se van y cierro la puerta con llave.

No hay comentarios:

Publicar un comentario