martes, 26 de mayo de 2020

Relato 322

                         Blanco
        ―Quédate, por favor, no me dejes sólo.
        Alicia sujeta las manos de su marido con firmeza. Junto a ellos una enfermera vestida de blanco inmaculado revisa el goteo abriendo un poco la espita, se ajusta las gafas, comprueba que el suero y el calmante fluyen adecuadamente y antes de salir les sonríe exhibiendo sus dientes blancos.
        ―Apágala, por favor, me molesta el ruido.
Alicia apaga la luz del fluorescente de la cabecera de la cama, le sudan las manos, pero él no las suelta. Las sombras se mezclan con la luz de las farolas y se apoderan de la  habitación ciento veintitrés.
Dicen que no sufre, que está con morfina, pero, él, hecho una piltrafa humana, con cincuenta y dos años tiene miedo, presiente que la va a dejar, que va a dejar el mundo para siempre, sin opción a ningún retorno.
―Me hubiera gustado haberlo hecho mejor. ―le susurra.
Alicia se acerca al rostro de su marido, a él le hiede el aliento, ella hace una mueca de desagrado perceptible a los espectadores de la última fila y conteniéndose la respiración le besa en los labios por postrera vez.
―Estoy segura que sí, amor, te será fácil.
Luego, una almohada pulcramente blanca fue a ocupar con firmeza el lugar de sus labios.
Y cayó el telón entre algunos aplausos. 

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