Bitácora
No
me arrepiento de haberla seguido hasta el malecón del viejo puerto, ni de haber
subido a este infame navío y camuflarme a sus ojos, ni de haber zarpado con
ella, pero sin ella, sin saber a dónde iba ni a dónde me llevaba. Fui tras ella
como prendido en un alfiler por su encanto y me dejé arrastrar dándome igual si
era al cielo o al infierno, hipnotizado por su bello rostro, por su seductora
figura, incluso por su indiferencia, lo hice por ella, lo juro.
Me fui tras ella, pero sin ella, a este
océano de locura, a este sube baja inexorable, y no me arrepiento ni ahora ni
nunca aún en medio de la zozobra ni con esta mar extraviada, medio mareado,
escribiendo a latigazos en este cuaderno de tinta acuosa, a punto de naufragar,
dando tumbos por la cubierta de un cascarón que se hunde bajo la tormenta y yo
con ella, pero sin ella.
Los golpes de mar son cada vez más
intensos, sobrevuelan la chalupa, destrozan la buzarda, saltan los batientes y
las cimbras, ni las barcas salvavidas están disponibles, las maderas crujen
como las meninges y me castañean los dientes. Me descubro temblando, temblando
y escribiendo cuando una ola enorme revienta el puente y desarbola la mayor. Ni
la almiranta ni nadie puede evitar el naufragio, el palo se derrumba a mi lado.
Lo hice por ella, pero sin ella.
¿Dónde estás, amada mía? Te he perdido
en el trueno de la noche y ni te veo ni te oigo. Un barrido de lluvia ha
azotado la cubierta y la ha destrozado. En medio del derrumbe me ha parecido
oír tu voz: ―Ayúdame ―has gritado.
Creí que no existía para ti y me has
nombrado, amada mía. Tu voz esquiva sigue resonando en mi interior, lo viene
haciendo desde el fondo de los tiempos, te he reconocido, seguirte ha sido y es
mi bitácora.
Cuando todo se me derrumba tú me ayudas, nada
soy sin ti, escritura.
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