martes, 4 de agosto de 2020

Relato 332



                                       Subir

Fueron ellas, las procesionarias. No para de repetir lo mismo y de rascarse pies, manos y pantorrillas. Hasta tiene fiebre y le cuesta respirar. Subir o no subir al  singular pino: la cuestión diaria de Pablito. Esas bolsas blancuzcas ¿serían aquello? El médico, rutinario, atiende sus quejas y le inyecta antihistamínicos. Te pondrás bien, muchacho. Se parece al pederasta del cuarto y al de Biología, con su cara anchicorta y sus ojos abovedados.
        “La procesionaria del pino es un lepidóptero aunque no os lo parezca, chicos, con desarrollo holometábolo, acordaros, muda para crecer, pasa por las fases de embrión, oruga, crisálida y mariposa. Sí, una mariposa grisácea que apenas vive unos días y se aparea todo el tiempo, una plaga que se da también en cedros y abetos. Atención: no debéis tocarlas en su fase larvaria, producen urticaria, alergias y hasta os pueden dejar secuelas para toda la vida.”
        Sí que tarda en producir efecto. Jadea, no se detiene, sigue subiendo la cuesta, ¿la cuesta interminable? No, hasta el Everest tiene cima. Valía la pena. Lo bueno de la subida es la conquista de la bajada. Subir o no subir dejó de ser la cuestión fundamental de Pablito ese día de primavera tardía. Su hermana sube a pie, le da miedo el ascensor. Una miedica. Con sus trenzas rosas. La vida es un continuo rompe piernas, dice su padre cuando regresa los domingos de su vuelta ciclista. Hay contaminación atmosférica, el polen, la procesionaria. Estornuda antes de meterse en la ducha. 
        “Las orugas tienen un comportamiento social, chicos, forman mullidas colonias y construyen refugios de invierno como nosotros, pero en bolsones de seda suspendidos en las ramas, entre las acículas. En primavera, cabeceadas por una hembra, descienden en fila india y por eso se les llama procesionarias. No os fiéis ni las toquéis, sus pelos urticantes son peligrosos. Ciegamente se siguen, guiadas por las feromonas, protegiéndose las cabezas de los pájaros, sus depredadores. Después del paseo al sol se enrollan para ocultar la cabeza y pronto regresan a sus casas flotantes. Son voraces y resistentes, acaban con todo. Ni los pesticidas sirven.”
        Voraces y resistentes, no te fíes, no las toques, ocultan su cabeza, se enrollan, se guían por las feromonas, ni los pesticidas sirven, son una plaga, acuérdate, holometábolo, no delires, seas quien seas ahora, el ciclo de la vida, mutación constante, cambio que no cambia, ese bicho pinchudo un lepidóptero, antes un huevo, luego una efímera mariposa, no te fíes de las apariencias, por completo querrás decir, ay, esta fiebre que no cesa. Ni la esperanza.
        Las escaleras de caracol son tornillos sin fin y subir a las Tres Cruces del monte Güell era algo parecido, le resultaba cada vez más difícil olvidar. Su bosque de pinares preferido. No se detenía, correr significa no pararse, ni mirar para atrás ni lejos, si acaso mirar arriba. Subir al cielo y bajar lentamente. No entendía que el Sol no girara, que fuera la Tierra, y no se mareara, que no nos mareáramos, los antiguos tampoco lo entendían. Ni el titilar de las estrellas.
        Levántese el acusado, nadie se levantó pues el acusado era el pueblo. En el juicio el humo y el escozor ascendían hacia las nubes. Era la fiebre, seguro. Subir al cielo y bajar lentamente, disfrutar del orgasmo. Él me obligó.
        ¿Subes? La ciudad a tus pies. Prefiero la escalera como mi hermana.
        Una escalera de caracol sin fin.
        Como la procesionaria.  

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