Subir
Fueron
ellas, las procesionarias. No para de repetir lo mismo y de rascarse pies,
manos y pantorrillas. Hasta tiene fiebre y le cuesta respirar. Subir o no subir
al singular pino: la cuestión diaria de
Pablito. Esas bolsas blancuzcas ¿serían aquello? El médico, rutinario, atiende
sus quejas y le inyecta antihistamínicos. Te pondrás bien, muchacho. Se parece
al pederasta del cuarto y al de Biología, con su cara anchicorta y sus ojos
abovedados.
“La procesionaria del pino es un
lepidóptero aunque no os lo parezca, chicos, con desarrollo holometábolo,
acordaros, muda para crecer, pasa por las fases de embrión, oruga, crisálida y
mariposa. Sí, una mariposa grisácea que apenas vive unos días y se aparea todo
el tiempo, una plaga que se da también en cedros y abetos. Atención: no debéis
tocarlas en su fase larvaria, producen urticaria, alergias y hasta os pueden
dejar secuelas para toda la vida.”
Sí que tarda en producir efecto. Jadea,
no se detiene, sigue subiendo la cuesta, ¿la cuesta interminable? No, hasta el
Everest tiene cima. Valía la pena. Lo bueno de la subida es la conquista de la
bajada. Subir o no subir dejó de ser la cuestión fundamental de Pablito ese día
de primavera tardía. Su hermana sube a pie, le da miedo el ascensor. Una
miedica. Con sus trenzas rosas. La vida es un continuo rompe piernas, dice su
padre cuando regresa los domingos de su vuelta ciclista. Hay contaminación
atmosférica, el polen, la procesionaria. Estornuda antes de meterse en la
ducha.
“Las orugas tienen un comportamiento
social, chicos, forman mullidas colonias y construyen refugios de invierno como
nosotros, pero en bolsones de seda suspendidos en las ramas, entre las
acículas. En primavera, cabeceadas por una hembra, descienden en fila india y
por eso se les llama procesionarias. No os fiéis ni las toquéis, sus pelos
urticantes son peligrosos. Ciegamente se siguen, guiadas por las feromonas,
protegiéndose las cabezas de los pájaros, sus depredadores. Después del paseo
al sol se enrollan para ocultar la cabeza y pronto regresan a sus casas
flotantes. Son voraces y resistentes, acaban con todo. Ni los pesticidas
sirven.”
Voraces y resistentes, no te fíes, no
las toques, ocultan su cabeza, se enrollan, se guían por las feromonas, ni los
pesticidas sirven, son una plaga, acuérdate, holometábolo, no delires, seas
quien seas ahora, el ciclo de la vida, mutación constante, cambio que no
cambia, ese bicho pinchudo un lepidóptero, antes un huevo, luego una efímera
mariposa, no te fíes de las apariencias, por completo querrás decir, ay, esta
fiebre que no cesa. Ni la esperanza.
Las escaleras de caracol son tornillos
sin fin y subir a las Tres Cruces del monte Güell era algo parecido, le
resultaba cada vez más difícil olvidar. Su bosque de pinares preferido. No se
detenía, correr significa no pararse, ni mirar para atrás ni lejos, si acaso
mirar arriba. Subir al cielo y bajar lentamente. No entendía que el Sol no
girara, que fuera la Tierra, y no se mareara, que no nos mareáramos, los
antiguos tampoco lo entendían. Ni el titilar de las estrellas.
Levántese el acusado, nadie se levantó
pues el acusado era el pueblo. En el juicio el humo y el escozor ascendían
hacia las nubes. Era la fiebre, seguro. Subir al cielo y bajar lentamente,
disfrutar del orgasmo. Él me obligó.
¿Subes? La ciudad a tus pies. Prefiero
la escalera como mi hermana.
Una escalera de caracol sin fin.
Como la procesionaria.
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