martes, 31 de agosto de 2021

Relato 388


                                    Migrantes

 

Mohamed Alfolí está enterrando a su madre siguiendo el rito cristiano, como ella deseaba, en el cementerio de Collserola, en Barcelona. Le acompañan sus dos hijas, su esposa Fátima y un buen número de amistades de la colonia marroquí de la ciudad. Su madre, Amina, acababa de cumplir los sesenta y cinco cuando la muerte la sorprendió de camino al mercado de Sant Antonio en una esquina del Paral·lel atropellada por un patinete eléctrico. Sucedió todo muy rápido, Amina no tuvo tiempo de reaccionar, el golpe fue brutal, salió despedida hacia la calzada y su cabeza impactó contra el bordillo y un reguero de sangre empezó a manchar el asfalto. Amina no se movía. El servicio médico de la ambulancia no pudo más que certificar su muerte instantánea. En la caída se había fracturado el cuello.

         —Mohamed Alfolí?

        —Sí, dígame.

        —Lo sentimos mucho, soy la Dra. Cid, del servicio móvil de urgencias del Clínic, tenemos una mala noticia, su madre ha sufrido un accidente y está herida de gravedad...lo sentimos.

        —¿Cómo? ¿Amina? Si he hablado con ella hace un momento, iba al mercado.

        —Lo sentimos, Sr. Alfolí.

        —¿Cómo se encuentra?

        A Mohamed le temblaba la voz, herida grave, decían, su madre. ¿Qué significaba eso en boca de una médica? Se temía lo peor, no quiso seguir preguntando.

        Unos operarios están elevando el ataúd de Amina hacia al nicho 3408, que ha sido previamente ahuecado y retirada la losa de piedra que lo cubría. La mañana es fría y llovizna suavemente, no se oye nada salvo el gorgoteo de algunos gorriones entre los conos de los cipreses, y el ruido sordo del motor del camión elevador.

        Amina quería vivir en Barcelona, quería que sus hijos crecieran en Barcelona, quería una vida digna en Barcelona. Huyó de Marruecos en una patera junto con otras mujeres, todas mujeres huyendo de los abusos y de la miseria. Estaba embarazada, la mar en el Estrecho se encrespó, cuántas veces nos lo contaste, madre, “las olas rompían contra el casco de madera y lo cuarteaba, hacíamos lo que podíamos, remábamos con empuje, en especial yo, hijo, estaba fuerte a los treinta, te llevaba en el vientre, tú eras por lo que luchaba, por tu futuro, lo que me pasara a mí ya no tenía importancia, lo importante eras tú, hijo, te llevaba a ti, estaba fuerte a los treinta.” Me llevaba a mí...cuántas veces me lo contaste, madre, cuántas, sentados en un banco del parque de la Universidad, comiendo a disgusto la merienda que me traías y el premio de las pasas dulces una a una, cuántas...

        “...Tú me distes fuerzas, hijo mío, para seguir remando en aquel infierno de agua, fuiste tú quien remabas insuflando energía en mis brazos y piernas, en mi corazón, fuiste tú, lo hice por ti, naciste en la patera, hijo mío, remaba y a cada palada un sobresalto en la barriga me acercaba a ti, no podíamos parar, a cada sacudida, coronabas... Tú y yo en el horror del mediterráneo nos liberamos de la oscuridad cerca de la costa, sobrevivimos, hijo mío, tus lloros se mezclaron con los míos, seguimos remando juntos de puro desespero, no me dolían ni las lágrimas, remar y remar, sólo pensaba en remar... Tu fuerza nos salvó, los guardacostas nos rescataron cuando la barca medio hundida acabó zozobrando en el arrecife de Tarifa...Fue espantoso, espantoso... Cuando te tuvieron en brazos, hijo mío, envuelto en aquella manta térmica de color naranja eléctrico, cuando te vi en manos seguras, no pude más y me desmayé.” Cuántas veces me lo has contado, madre, cuántas... 

        Los paletas están cubriendo el nicho 3408 con la misma losa de piedra que había y de unos ganchos oxidados cuelgan una corona de flores con un lazo rosa que reza: te queremos, madre, siempre te querremos.

         De otro gancho retorcido agarran un trocito de casco de madera, viejo y resquebrajado.    

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