martes, 5 de agosto de 2014

Relato 19

                                       Sucedió                   (a J.A. Doré)

Dices que “ya no recuerdo cuándo”, sin embargo un día sucedió, un día naciste. 
    Tal vez estabas paseando junto al profundo estanque del olvido bordeado de álamos espigados, hambrientos de cielo, sedientos de ocres húmedos y amarillentos, y ávido temprano de la resuelta desnudez de lo simple. Tal vez venías de cruzar un desierto sin playa de granos luminiscentes de infinita arena y de beberte litros, decilitros y centilitros de líquido amniótico que te ahogaba y corroía tus entrañas, o tal vez fuera todo más sencillo y no existía más que el reflejo curvo de tu rostro velado, todavía hueco sobre un tronco de corteza gris y arrugada, adornado con unas palabras sueltas prendidas de un hierbajo cercano. 
     Detrás de los milenios, acunado por el lácteo dulzor de las estrellas llegaste como una sombra encendida una mañana fría de noviembre, entre las cuatro y las cinco, cuando la luna, perezosa, caía hacia un lado y se rompía en mil y dos pedazos y te cortabas con uno. Te manaban lágrimas encarnadas y purulentas y sentiste que la noche se había hecho mucho más oscura y que no amanecía, que no amanecía. 
     Tumbado sobre un almohadón flotante permaneciste quieto, infinitamente inquieto, acariciándote la herida con una pluma que te prestó el reflejo roto de un trocito de luna. Poco a poco viste aproximarse un astro, uno de muy lejano, uno de fulgurante que dejó un agujero negro en el cielo y se te acercó con nocturnidad y tal vez con alevosía y te dejó ir pegadito a la oreja algo casi inaudible, algo parecido a resulta que eres poeta y la playa se hizo habitable y vomitaste agua ahogante y la noche se hizo de repente luz diáfana y te viste distinto, llevando raíces en la planta de los pies y zarcillos entre los brazos y empezaste a ventear palabras como lentejas y a agitarte en el bosque sibilante del aire viciado de la atmósfera cual energúmeno y el agua...
   ¡Ay, el agua!, el agua que hasta entonces había estado trabada por mil presas se desató abruptamente junto al camino, corriendo nerviosa, vaciándose, dejándote desconcertado y fue entonces, ¿verdad?, cuando entre los álamos reconvertidos en cipreses delgaduchos y siempre verdes te descubriste poeta.

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