Lluvia
Sus lágrimas se
mezclan con la ligera lluvia que empieza a caer justo al salir del portal. Le
hubiera gustado decirle lo mucho que la amaba, que no importaba que estuviera
casada, que tenían una vida por delante para reiniciarla juntos y que se
merecían ser felices, le hubiera gustado haberla convencido. Se ajusta el cinto
de la gabardina, se levanta el cuello y se acomoda el sombrero. Mira hacia
arriba, la lluvia fina se incrementa, empieza a mojarse y acelera el paso. Va
por el centro de la calle, una de empedrada y estrecha del barrio judío de
Barcelona, tratando de evitar el goteo continuo de la ropa tendida, en su
mayoría blanca. Las manos, apretujadas, escondidas en los bolsillos y en su
rostro, enjuto, en tensión las barras. Está desolado. Le duele haberse quedado con
aquello en el estómago, no haberse atrevido, va a perderla para siempre y ese
sólo temor le corroe la médula y le destroza las entrañas. Podía haber hecho
más, —se dice en voz baja— pero ha sido ella quien no ha querido, la que ha
tomado la decisión última, la de abandonarme y la de endosar el embarazo a su
marido.
— ¡Un hijo mío en manos de un desgraciado! —se lamenta desairado.
Se va llorando, cabizbajo, no va a
volver, eso es seguro, el cernidillo cae cubriendo el empedrado de finas y
estrechas lágrimas.
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