martes, 22 de julio de 2014

Relato 17

                                            Octavio

Por alguna razón que desconozco Octavio nació invisible. Su madre vació la barriga una mañana de abril y le dijeron que había sido un embarazo psicológico. Todos se quedaron tranquilos. Octavio vio en seguida que algo no iba bien, cuando agarrándose a la teta de su madre no expedía leche. Simplemente nadie reparaba en él. Desde muy pronto comprendió que tendría que arreglárselas solo, y así fue cómo empezó alimentándose de las ubres de una vaca de la granja familiar, desencadenándose al mismo tiempo una gran pasión por las mamas ajenas. Aprendió a caminar por imitación de sus mayores  pero no le hacían falta saber de letras ni de cuentas, pues al ser invisible no tenía que comunicarse con nadie. Como en todo, ventajas e inconvenientes. Aún así, de vez en cuando iba a la escuela a aprender de los maestros ya que le ayudaba a mitigar su espantoso aburrimiento. Invisible observaba la continua cháchara de los humanos y hacía sus cavilaciones, como si tomara partido a favor de uno u otro, pero no era más que un juego para pasar un rato distraído. Como el aburrimiento crecía, decidió aprovecharse de su invisibilidad y pasar directamente al desenfreno. Trabajar no le hacía falta, simplemente tomaba lo que quería de cualquier restaurante y sin que nadie nunca jamás encontrara nada a faltar. Practicaba el sexo cuantas veces deseaba pues no sabía lo que era el amor, al no haberlo tenido nunca. Como he dicho antes su pasión eran las mamas. Se pasaba días enteros manoseándolas, le daba igual grandes o pequeñas, puntiagudas o caídas, llenas o vacías. Siempre le recordaban a su vaca de la infancia. Le daba igual qué tipo de mujer fuera, ni la edad, ni el color ni su estado civil. Fue muy libertino en esta etapa, francamente. Sin embargo, al ser invisible no causó daño ni molestias a nadie. Con el tiempo envejeció (los invisibles también envejecen) y su pasión por la vida desenfrenada fue decayendo. Cuando la muerte se le aproximaba y ante el riego de volverse visible decidió sumergirse en un río blanquecino y  dejarse arrastrar por un torbellino color canela en forma de ubre lechera hasta su desaparición. Nadie lo echó en falta, naturalmente.                           

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