Octavio
Por alguna razón que desconozco Octavio nació invisible. Su madre vació
la barriga una mañana de abril y le dijeron que había sido un embarazo
psicológico. Todos se quedaron tranquilos. Octavio vio en seguida que algo no
iba bien, cuando agarrándose a la teta de su madre no expedía leche.
Simplemente nadie reparaba en él. Desde muy pronto comprendió que tendría que
arreglárselas solo, y así fue cómo empezó alimentándose de las ubres de una
vaca de la granja familiar, desencadenándose al mismo tiempo una gran pasión
por las mamas ajenas. Aprendió a caminar por imitación de sus mayores pero no le hacían falta saber de letras ni de
cuentas, pues al ser invisible no tenía que comunicarse con nadie. Como en
todo, ventajas e inconvenientes. Aún así, de vez en cuando iba a la escuela a
aprender de los maestros ya que le ayudaba a mitigar su espantoso aburrimiento.
Invisible observaba la continua cháchara de los humanos y hacía sus
cavilaciones, como si tomara partido a favor de uno u otro, pero no era más que
un juego para pasar un rato distraído. Como el aburrimiento crecía, decidió
aprovecharse de su invisibilidad y pasar directamente al desenfreno. Trabajar
no le hacía falta, simplemente tomaba lo que quería de cualquier restaurante y
sin que nadie nunca jamás encontrara nada a faltar. Practicaba el sexo cuantas
veces deseaba pues no sabía lo que era el amor, al no haberlo tenido nunca.
Como he dicho antes su pasión eran las mamas. Se pasaba días enteros
manoseándolas, le daba igual grandes o pequeñas, puntiagudas o caídas, llenas o
vacías. Siempre le recordaban a su vaca de la infancia. Le daba igual qué tipo
de mujer fuera, ni la edad, ni el color ni su estado civil. Fue muy libertino
en esta etapa, francamente. Sin embargo, al ser invisible no causó daño ni
molestias a nadie. Con el tiempo envejeció (los invisibles también envejecen) y
su pasión por la vida desenfrenada fue decayendo. Cuando la muerte se le
aproximaba y ante el riego de volverse visible decidió sumergirse en un río
blanquecino y dejarse arrastrar por un
torbellino color canela en forma de ubre lechera hasta su desaparición. Nadie
lo echó en falta, naturalmente.
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