martes, 15 de julio de 2014

Relato 16

                               Circunvalación

Laura es una mujer metódica, de cierta edad, usa gafas para leer de cerca. Cada mañana laboral, a eso de las siete, cancela el billete rosa de la T-10 en la estación de Fontana, desciende en ascensor hasta el andén, dirección Zona universitaria, donde aguarda de pie la llegada del convoy, junto a la primera papelera. El rótulo luminoso indica dos minutos. ¡Una gran mejora respecto al pasado!, piensa, cuando no habían indicaciones de ningún tipo y las paredes estaban recubiertas de anuncios variopintos que daban a la estación un aire retro. 
    Ese toque nostálgico le encantaba a su marido Carlos, quien en su momento la fotografió para el recuerdo. Incluso llegó a hacer una exposición con los anuncios de la estación antes de morir. ¡Ay, Carlos!, suspira Laura, revisando las pulcras paredes blancas.
     Laura suele ir vestida con traje chaqueta. Hoy, por ejemplo, lleva un jaspeado verde oscuro con puntitos amarillos, bolso beige y un libro de tapas granates. Siempre lleva consigo este abultado libro de la conocida escritora Isabela Ronda. Cuando llega el tren, Laura se sienta en el último asiento del último vagón por costumbre. Luego abre el libro por el punto señalado, uno de piel de cabra, muy desgastado y lee: 
"Méndez va en el tranvía veintinueve tras Isabela. Lo ha podido coger por los pelos, va abarrotado. Es el tercer día de seguimiento y no ve nada extraño en ella, los celos de su marido no están justificados por lo menos hasta ahora, pero debe cumplir con el encargo. Méndez es un sabueso serio. Su trabajo es sencillo, seguir a Isabela sin que se dé cuenta. Isabela hace lo mismo cada mañana: deja a su hijo Carlos en el colegio, luego se sube al veintinueve con un grueso libro, lo abre y se pone a leer y ahí se queda, ensimismada, pasándose las horas en el tranvía de circunvalación, arriba y abajo. Méndez barrunta que si Isabela hace el salto a su marido se lo hará con el libro y eso no tiene nada que ver con una  infidelidad. Pero, ¿por qué siempre va con el mismo tocho?, uno de tapas granates. Méndez necesita saber qué lee, si esconde alguna carta de amor, vete a saber, y sobre todo averiguar el título. Necesita justificar los honorarios. Mientras piensa en todo esto se aproxima sigilosamente a Isabela por la espalda. Ella está sentada en uno de los últimos asientos del tranvía, ajena al calor y a  todo lo que la rodea, centrada en el libro. Méndez observa que Isabela tiene entre las manos un punto de libro, uno de piel de cabra, con el que se da un poco de aire a modo de abanico con la mirada clavada en la página. Aprovecha esta circunstancia y el hecho de que el tranvía se ha medio vaciado en la plaza Urquinaona para situarse detrás de ella, muy cerca. Puede oler el perfume a lavanda de su cabello, verle la delicada nuca blanca, el jaspeado amarillento del cuello de su chaqueta verde oscura, puede hasta atisbar algo de lo que está leyendo Isabela, tan absorta: 
"Laura es una mujer metódica, de cierta edad, usa gafas para leer de cerca..." Méndez incluso puede divisar, entornando la vista, el título del libro en el frontispicio de la página: "Circunvalación". Y se lo apunta."

         Cuando Laura llega a Zona universitaria suspira y cierra el libro, usando el mismo punto de piel de cabra, como señal de página. Entonces, se levanta y muy lentamente, recorre el pasadizo interior que une los vagones del metro y se acomoda en el último asiento disponible del último vagón. Luego, en un gesto archiconocido abre el libro por el punto señalado, suspira de nuevo, inclina los ojos y sigue viajando hacia el pasado.

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