martes, 21 de octubre de 2014

Relato 30


                                            Pirgüin

Cochín le lamía la cara, se apartaba, miraba y volvía a lamérsela, se retiraba, ladraba, gruñía, meneaba la cola de un lado a otro, se le acercaba y de nuevo rebanaba con la lengua el rostro inerte de su amo, pero éste no respondía a sus carantoñas ni a sus desesperos. El hombre se había desplomado hacia un rato en la cabaña, completamente abotagado por una comida excesiva o en mal estado. Cochín no se había encontrado nunca con una situación semejante; ambos estaban muy lejos de la civilización, aislados en medio del pastizal, junto al río Lirios, en la alta montaña astur. 
    Cochín estaba en dificultades, su dueño medio reclinado en el suelo de la choza echando espuma por la boca y afuera un rebaño de casi un centenar de ovejas, que había que cuidar y sin nadie para dirigirlas. Se acercaba a su amo, ladraba en su oreja libre, la relamía, y a veces desesperado gruñía y le rodeaba, olisqueando en su derredor como si buscara algo para levantarlo. De vez en cuando chupaba sus babas, rozaba su cuerpo con las patas traseras como invitándole a despertarle, saltaba el bastón de un lado a otro, pero el viejo pastor continuaba en el suelo, yerto, aparentemente muerto. 
     Cochín no sabía qué hacer: si seguir allí, junto a su amo como fiel servidor intentando reanimarle o por el contrario, dejarlo,  salir afuera y organizar por sí solo el cerramiento de las ovejas en el aprisco. Cada noche lo hacía, pero llevar a cabo sin guía semejante acción era demasiado peligroso, —le parecía— pues habían cerros cortantes y despeñaderos que salvar hasta alcanzar la zona de protección. Además estaba lloviendo, sentía que no podía demorar su decisión y oscurecía. Cochín estaba en dificultades. Los lobos merodean las zonas abiertas y las ovejas estarían sin ninguna posibilidad pues los lobos matan para comer y también por el gusto de matar. Una manada de lobos acabaría con el rebaño en pocas horas y todo se habría terminado. Cochín tomó una decisión heroica: huir (o irse para pedir ayuda, pues eso nunca lo sabremos).
        Al cabo de unas semanas la guardia civil subió al monte ante la denuncia del ganadero y se encontró con una mortandad inesperada: extendidos por el altiplano estaban todas las ovejas muertas, algunas descuartizadas, y una piara entera de lobos desperdigados a su alrededor también muertos. Todos estaban con las bocas abiertas, con muestras evidentes de sufrimiento y de haber expulsado agónicas babazas. Cochín yacía cerca del camino, se distinguía bien su pelaje gris, pero sus  vísceras casi putrefactas estaban siendo devoradas por cantidad ingente de gusanos gruesos y blancos, que ya terminaban. En cuanto al viejo Casto seguía reclinado en el suelo de la cabaña, junto al cayado, pero sólo le encontraron sus huesos descompuestos.
         Estudios forenses posteriores determinaron que la causa común de la muerte de todos los animales había sido la contaminación del río Lirios por un agente patógeno extraño llamado Pirgüin, algo aún insólito en Astur. 
         La plaga sigue extendiéndose por otras comunidades autónomas sin que por el momento nos puedan detener.

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