Abandono
Lloriqueaba y
emitía gemidos lastimosos. El sol estaba en lo alto y la poca gente que
transitaba iba distraída o escuchando música con los auriculares y no le
prestaba atención. Yo estaba de vigilante armado en la entrada principal de las
atarazanas de Cádiz, frente a la alameda de Apodaca. Iba uniformado y no podía
moverme del puesto de guardia. Parecía un gato herido, aunque había algo de
humano en los berridos y procedían de unos matorrales de la misma alameda, bajo
una exuberante palmera canaria. A veces callaba y entonces me tranquilizaba. El
sudor me caía por las sienes y el casco reluciente con un remate en forma de
flor de Lis me estaba torturando y matando. Como los quejidos proseguían avisé
al capitán de guardia, quien con un pequeño grupo de soldados se acercó al
lugar. Les vi hablar y gesticular de pie tras el matorral y uno de ellos alzó
los brazos y me gritó:
—Es un bebé mulato.
Y añadió:
—Parece abandonado.
Levantaron con cuidado un bulto
oscuro medio envuelto en un chal que
percibí en la distancia de color blanco algo manchado en sangre.
—Aún tiene el cordón umbilical—
gritó el mismo de antes —y en la espalda
una pedurría azulada.
Con delicadeza el capitán tomó al bebé
en brazos, quien se calmó al sentir la calidez del cuerpo que lo acogía, y
sonriendo le vi iniciar el regreso al puesto. Entonces sucedió algo horrible,
en décimas de segundo, capté un fugaz destello que el sol iluminó, algo
brillante en el saco del bebé, algo parecido a un chispazo. Entonces explotó.
Se produjo una fogonazo enorme, la palmera se tronchó, todo se lleno de
humareda y de olor a pólvora, donde antes estaban mis compañeros de armas ahora
sólo entreveía un socavón de órdago, todo se fue, absolutamente todo al carajo
en un instante. Trozos de metralla y de carne despedazada salieron esparcidas
por todas partes, impactando y destruyendo todo lo que encontraban a su paso.
Fue espantoso, no lo podré olvidar nunca, ni reaccionar pude. Gracias al casco salvé la vida.
Fue espantoso, no lo podré olvidar nunca, ni reaccionar pude. Gracias al casco salvé la vida.
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