Ciclamen
"Quédate, por
favor, Ana, quédate, no me abandones esta noche, no me dejes ahora con nuestro
bebito. Cómo voy a poder avanzar solo, por favor, Ana, esta noche no. Y me puse
a llorar destilando rocío a horcajadas, ahí, medio tumbado en el suelo de la
terraza, junto al desagüe, por donde gustoso me hubiera escabullido. Por favor,
Ana, no nos abandones, que sólo tiene ocho meses."
Padre escribe de todo, cada día, cada
noche, alegrías y zozobras. Aún le veo sentado en el despacho a la luz del
flexo con la cabeza ladeada en la mano izquierda mirando el bloc con espirales
arriba, de hojas en blanco y escribiendo veloz, ensimismado, con su boli azul,
siempre uno de azul.
Al día siguiente, el once de agosto de
1982, anota: A pesar de mis súplicas Ana se fue anoche, se fue, maldita sea,
con aquel holandés errante. Cogió la maleta, dio un trompazo a la puerta y
salió para siempre de nuestras vidas dejando la llave en la mesa. Qué va a ser de
nosotros, Dios mío, qué voy a hacer yo. Del cielo oscuro cayeron lágrimas de
San Lorenzo, lloro y escribo, escribo y lloro.
Y se conoce que sí, que padre lloró,
todas las páginas restantes del bloc están abarquilladas. En la del treinta y uno de
agosto señala: mi peque empieza a gatear, me reconforta. Sigo hundido, me duele
la cabeza todo el tiempo, navego entre tinieblas. Mañana vuelvo al curro, hasta
puede irme bien.
Su pequeñín ha crecido, treinta y dos años, no
conozco a madre ni la recuerdo. Padre borró todo rastro de Ana, eliminó toda
fotografía, no trajo mujer alguna a casa y me educó solo y con canguros lo
mejor que pudo.
Ayer, dos de noviembre de 2014, fui a
verle, a Collserola, nicho 381. Le llevé su planta favorita: un ciclamen púrpura.
Según él, es un bulbo poderoso, el bulbo que renace siempre del abatimiento.
Le dije: gracias, padre, gracias por
haberme elegido.
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