martes, 14 de abril de 2015

Relato 55

                                       Súplica

"Ahí donde me veis -dijo- yo fui en otra vida un amanuense.
      De esto hace mucho tiempo, más de cinco siglos, de un poco antes de la invención de la imprenta. No era un trabajo sencillo. Con buena letra y dedicación  pasé mi existencia terrenal en este menester monástico, ajeno a las convulsiones del mundo, entregado al digno oficio de preservar para la posterioridad documentos antiguos. Requería concentración para no cometer errores ni borrones, severa atención a fin de reproducir fielmente el texto encargado y especialmente mucha estima por lo que estábamos haciendo. 
     Formaba parte de un numeroso grupo de salva guardianes de la cultura de transmisión escrita y de no ser por nosotros textos memorables, hoy día canónigos, se habrían perdido para siempre. Con todo, los copistas hemos pasado anónimamente por la Historia, casi de puntillas. Con la llegada de la impresión mecánica nuestra labor desapareció. 
    Hoy en día la reproducción tipográfica permite lanzar al mercado infinidad de copias todas iguales, con frecuencia largas tiradas de ejemplares con los mismos errores ortográficos, hasta que les llega la oportuna corrección en la edición siguiente.  Es, ciertamente hoy, otro mundo, uno de uniformado. Donde antes estaba el prior, ahora está el editor, donde antes la tinta y pluma, ahora el ordenador, donde el papel vegetal, el reciclado. 
     La cultura se ha mecanizado. Casi todos repetimos lo que los titulares de prensa y televisión consideran noticia del día. Alguien determina en algún pulcro despacho qué es importante y qué no para mantenernos puntualmente informados. Es un avance tecnológico. Gracias a la democratización estamos cada vez más instruidos, al día, controlados, si me permitís, más alienados. Sé de lo que estoy hablando. 
    Ahí donde me veis, y seguramente por reminiscencias de mi pasado amanuense, durante un tiempo en esta vida ocupé un cargo de dirección en un periódico de Barcelona. Nada que ver con el silencioso trabajo del arcaico copista. Sin embargo, el propósito era el mismo: difundir lo que el orden establecido considera en cada época prioritario. Prioritario, ¿para quién? Simple: para el estamento dominante. Debido a la globalización estamos más en manos de cuatro descerebrados. Gracias al modelo económico capitalista estamos cada vez más arruinados. La exacerbación corrompe inevitablemente todo sistema, aunque la vida resulta ser tan corta, que no nos da para abarcar por completo todo el proceso destructor. 
     Ahí está el testimonio de la Historia para cerciorarnos de la repetición de los fenómenos cíclicos, la rueda interminable de la destrucción del hombre por algunos hombres y contra lo vivo. Por eso es necesaria la sospecha. Sospecho de todo aquel que quiere imponerme algo, sospecho de todo escrito, de toda noticia, de todo programa televisivo aparentemente inocuo, sospecho de la risa y de la tristeza, de la alegría y del amor, de la esperanza y de toda verdad envuelta en papel de plata ¿Decíais verdad absoluta?"
        El hombre hizo una pausa y se nos quedó mirando con cara interrogativa. Ninguno de los presentes osamos contestarle, menos contradecirle, y al cabo de unos incómodos segundos el tipo continuó:
         "Quién se cree hoy en día semejante mentira. Los fanáticos, los suicidas, los que dan la vida por una causa imbuida, los ingenuos, los creyentes, los que continúan enganchados en la Edad Media, pobres ilusos, si supieran que no son más que embustes y prejuicios. No me interesa la verdad absoluta, es demasiado peligrosa, ha conducido a demasiadas muertes a lo largo de la historia. También hoy arrastra a guerras absurdas, a demasiado dolor, demasiadas lágrimas desesperadas, a un mundo carente de generosidad, de ternura, de humanidad ¡Como si no tuviéramos bastante con las espantosas catástrofes naturales!"
   Y siguió después de beber de una botellín:
 " Es obvio, entre todos hemos perdido el norte. Este mundo, aunque marginal, es el mío también, por eso me veis aquí sentado, así, en este estado deplorable, pero a mi antojo. No le veo otra salida. La verdad absoluta no la quiere nadie, no importa, sería demasiado aburrida, una lata, aunque continuamente nos están tratando de imponer el modelo único disfrazado de salvación o de cualquier cosa. Lo que son infinitas, eso sí, son las posibilidades de elegir. Por eso recurro a la sospecha sistemática. Podríamos tenerla delante y no la veríamos, porque sólo vemos lo que nos interesa. Las verdades relativas ofrecen mucho más juego. Ved lo que ocurre en un campo de fútbol  ¿Qué sentido tiene ver correr un árbitro en el terreno de juego? Ninguno. Con la tecnología actual se podría determinar más o menos objetivamente cuando una falta es o no es. Sin embargo, se prefiere generar el debate, pues los asuntos relativos pertenecen a este mundo, mientras que lo absoluto no. Son estados distintos, no se pueden mezclar. Incluso más, sugiero que de lo absoluto ni hablar, tendría que estar absolutamente prohibido, perdonadme la redundancia, una especie de ogro infantil a descartar para enaltecer el crecimiento sano de la humanidad. "
   "Aquí donde me veis, digo, me he apartado de este mundo consumista, atroz devorador de humanidades, me he retirado como antaño hice en aquel remoto claustro benedictino. A mediados del XIX Bartleby se suicidó. Preferiría evitarlo. No es un buen modelo para mí."
      Y con aire misericordioso continuó:
"Por eso volveré al comedor social este mediodía, volveré a compartir una comida grasienta, volveré a mendigar y a recoger metal para reciclar y volveré a esta esquina para que me alumbre el sol, me reconforte y me conecte con la vida honesta. Me sentaré aquí donde me veis ahora, y tal vez sonría o solloce, hable o calle, pues también los marginados tenemos acondicionado un sitio en este mundo despiadado. Y repetiré el antiguo gesto de suplicar que incluso estas palabras mías no estén también bajo sospecha."
         Entonces el tipo se calló como si se le hubiera acabado la cuerda y se quedó mirando fijamente el cesto que tenía delante. Deposité ahí una moneda de dos euros y salí corriendo a la biblioteca para consultar con Neville y escribir esta súplica antes no se me olvidara.                     
                                    

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