martes, 16 de junio de 2015

Relato 64


                                      Memoria

Mientras padre tuvo memoria viajó en metro. El transporte más rápido ―decía. 
       Prefería el metro al autobús, siempre iba aprisa, en los años ochenta todo el mundo tenía prisa. Le veo sentado con las piernas juntas, todo modosillo, regresando de Santa Coloma en la línea roja, con su traje azul oscuro, su corbata de topos y su cartapacio bajo el brazo. A veces le acompañaba. Tenía negocios que atender, además de visitar a tía Engracia con la que merendábamos bizcochos con chocolate y pasábamos la tarde. 
     Bajo el río ―me decía, ―estamos cruzando bajo el Besós, hijo, y no hay humedades, lo que hace la técnica de los ingenieros de hoy en día. Y no hacía otra cosa que mirar por la ventana para asegurarse que las paredes del túnel estuvieran secas. Siempre le sorprendían las obras de ingeniería, ¿construir algo por debajo del agua? ―Imposible. 
      Padre tenía poca cultura, pero mucho mundo. Antes del prodigio, cogía el autobús en la plaza Orfila, el ciento tres, con disgusto. Consideraba de hombre moderno viajar en metro, el bus para los turistas, decía. "Vengo de Santa Coloma: con el nuevo metro llego enseguida" comentaba orgulloso en casa cuando la cena, recuerdos de la tía ―apostillaba. 
     Mientras padre tuvo memoria viajó en metro y cuando la fue perdiendo también. Entonces se desorientaba y perdía, y en lugar de aparecer en Santa Coloma, aparecía en cualquier otra parte y se pasaba la tarde circulando en metro de un lado para otro hasta que nos llamaban y yo iba a recogerlo en alguna comisaría. Con todo se le veía feliz, padre ha sido un hombre feliz, incluso de jubilado. Su trabajo de recadero para un notario le hacía viajar por Barcelona y poblaciones aledañas, tenía todo el plano del subterráneo en la cabeza. ¿Cómo hago para ir a tal sitio, padre? Coges la línea tal, enlazas con la cual y ya lo tienes. Gracias. 
      Cuando padre tenía memoria, todo el plano del metro de la ciudad cabía en su cabeza. Era una maravilla como el túnel bajo el Besós. Ahora padre no recuerda ni su nombre. El otro día, poco antes de Sant Jordi, le llevé a la parada de Urgell, quería regalarle un viaje en metro, por los viejos tiempos. Está en una residencia de la gran vía, va en silla de ruedas y babea, no para quieto, descendimos al andén, me acomodé en el asiento, esperamos. Padre no sabía donde estaba, se lo expliqué, en vano, no paraba de moverse, me sentí incomodo, accedimos al tren. 
     Enseguida nos dejaron sitio, padre ―le dije― vamos a Santa Coloma que hace tiempo que no vamos. Padre dejó de moverse, dejó de babear, me miró atento con sus pequeños ojos y me sonrió.

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