martes, 23 de junio de 2015

Relato 65

                                      Silvato


El tren silba a lo lejos y aminora la marcha en un paso conflictivo, ha muerto gente atropellada, tal vez suicidios. Siempre silba. El sol se está alzando o gira la Tierra para darnos la sensación que el sol se levanta, pero el sol no se mueve como ya sabemos. Qué manía en situar la causa de nuestro quehacer en el otro. El mar golpea suave en la nueva playa llena de arena recién traída. Una labor inteligente, han alargado los espigones antes de rellenar el litoral con más arena. Ahora los embates del mar no asolaran el paseo. Un par de pescadores cultivan su soledad alejados entre sí, en uno de los espigones, con la mirada fijada en las cañas. Unos corredores con pantalón corto pasan veloces hablando entre ellos, consultando el cronómetro que llevan con velcro en sus brazos. Aún no han pasado los ruidosos caniches, suelen hacerlo a partir de las ocho de la mañana. Es el turno de los caminantes con bastones de apoyo, de pasos ligeros y conversa fluida. Las palmeras del paseo marítimo, quietas como olvidadas. El sol se agranda rebotando en el mar y una mujer con muletas y cabello blanco se apoya en el murete, mientras mira el suave oleaje y se cubre los ojos con la mano. Unos ciclistas parlanchines con casco sortean los escasos paseantes y se alejan ruidosos a toda velocidad. La mañana se está levantando tranquila, no hay nubes, ni una, y el verde de las palmeras reluce vigoroso después de las lluvias del otro día. Dentro del mar una barcaza a motor avanza rauda hacia puerto cargada seguramente de pescado, arañando una estela espumosa. Habían una boyas amarillas flotando desperdigadas por ahí, de cuando el temporal, ya no están, las habrán recogido con las obras de mejora de la playa. Han puesto mucha arena, como medio metro o más, incluso han cubierto las rocas del murete, están haciendo una reforma integral de la costa. Unas vallas oxidadas bloquean el acceso a la playa, todavía. Todo se andará. Otro tren vuelve a silbar por el paso de la muerte, un caminito que cruza las vías entre dos curvas con poca visibilidad. Hay ramos de flores en los alrededores, las vía relucen salitre, las sombras desaparecen, los perros empiezan a ladrar. Empieza uno y contagia a la jauría entera. Uno de los dos pescadores se retira, el otro le mira alejarse, se saludan levantándose la mano. Otro tren silba por el paso fúnebre, adiós amigo, cada vez que escucho el silbido de un tren me acuerdo de ti, del que te atropelló y de cuanto te quise. Era una mañana hermosa como la de hoy, lucía el sol, la mar estaba encalmada, pasaban ciclistas y paseantes, habían perros y barcas de pesca regresando a puerto, todo como hoy, verbena de san Juan, cuando el tren te atropelló. ¿Te atropelló?  

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