martes, 14 de julio de 2015

Relato 68

                                          No
       
        ―Pelotón, ¡apunten!
        ―A mí, no, coño, al tipo del paredón.
        ―Pelotón, ¡descansen!
        ―Sargento, averigüe qué le pasa al pelotón.
        ―Sí, mi capitán.
        ―Pelotón, atención, ¡levanten armas!, ¡apunten al reo!
        ―Al reo, narices, ¿qué os pasa?, que no veis donde está el enemigo.
        ―Preferiríamos no hacerlo, nuestro sargento.
        ―¿Qué narices significa esto? ¿Os negáis?
        ―No, sólo que preferiríamos no hacerlo, que lo haga otro.
        ―Desobedecéis la orden de un superior, ¿es esto lo que pretendéis? ¿Entrar en rebeldía? Las órdenes no se discuten en el estamento militar y aún menos en tiempos de guerra, hay una jerarquía que hay que respetar. Desde cuando la tropa piensa. Por última vez, apunten al reo o yo mismo le dispararé.
        ―Hágalo Ud. si así lo desea, nosotros preferimos no hacerlo.
        ―Os vais a complicar la vida por una muerte ajustada a derecho por un juez ecuánime y legal que ni os va ni os viene. Atención, pelotón, apunten al reo. Estamos en guerra, ¡narices!, os lo recuerdo, no estamos en el patio de una escuela...
        ―Arréstelos, sargento, serán juzgados por desacato a la autoridad, sentenciados por un tribunal militar y condenados a morir fusilados. Llame a Gálvez, en la cantina, que forme otro pelotón de ajusticiamiento.
        ―Sí, mi capitán.
        ―Llévese a esta pandilla de payasos al calabozo.
        ―Sí, mi capitán. A marcha ligera, ¡ar!
        ―Atención, pelotón, ¡formen!, ¡firmes!, armas al hombro, apunten al reo.
        ―Al reo, cojones, al reo, a mí, no.
        ―Preferiríamos no hacerlo, teniente Gálvez.
        ―Yo mismo os pasaré por las armas, uno a uno, si no obedecéis mis órdenes, cojones. ¡Apunten al reo!   
        ―No, teniente, ya va siendo hora que digamos no a las órdenes de violencia. Si lo quiere matar hágalo Ud. mismo, nosotros preferimos no hacerlo, le decimos que no, que no vamos a obedecer más órdenes que vayan en contra de la vida. Ese muchacho que hay ahí no nos ha hecho nada para que tengamos que segarle la vida de un tiro, no nos comprometa en ese asesinato.
        ―Esto es desobediencia a mi autoridad, cojones y por mis santos cojones seréis juzgados y condenados con todo el peso de la ley castrense.
        ―Decimos no a la crueldad de las guerras, no a los ejércitos, no a las armas, no a las muertes, no a que dispongan de nuestras vidas como si fuéramos peleles. Ese que hay ahí, no es nuestro enemigo, es uno como Ud. o uno como nosotros que vive y respira, no es un enemigo, es una persona, un ser vivo.
        ―Malditos cobardes, yo mismo os clavaré un tiro a la sien, por mis santos cojones.
         ―Preferiríamos que no lo hiciera, teniente, ¿va a cargar su conciencia  con nuestras muertes sólo porque se lo manda el capitán?, ¿prefiere obedecer una orden que respetar la vida ajena? La vida es un derecho fundamental, no una mercancía de libre uso, la guerra es un error histórico, algo en extinción en el siglo XXI, el símbolo del fracaso de la civilización, un recurso al que nunca debe acogerse una sociedad progresista. A quién le guste montar guerras que se encargue de guerrearlas, ¡qué pocas habrían!, pero que no comprometa al pueblo, no a nosotros. Si es eso lo que desea, teniente, dispare, aquí le esperamos, allá Ud. con su conciencia. Será condenado a vivir cargando con la muerte de unos inocentes por toda la eternidad, condenado a vivir manchado.   
        ―Teniente, detenga a esta banda de cobardes y terminemos de una puta vez, coño, dispárele Ud. al maldito reo.
        ―Preferiría no hacerlo, mi capitán.
        ―Pasaré aviso al comandante.
        ―Detenga a todo insubordinado que se niegue a obedecer sus órdenes, capitán, que no cunda el ejemplo, estaríamos perdidos, toda la estructuras jerárquicas se vendrían abajo, sería el desbarajuste general, la anarquía, eso no se puede consentir. Acabemos de una vez, dispárele Ud. al reo, es una orden.
        ―Preferería no hacerlo, mi comandante.
        ―¿Se niega Ud. capitán, se le ha inoculado el miedo?, maldito sea. Será degradado y juzgado severamente por su rebeldía, voy a informar al general.
        ―Se niegan, mi general, se niegan a cumplir mis órdenes.
        ―Al calabozo con todos ellos, un consejo de guerra ejemplar les condenará y servirá de escarmiento.
        ―Sí, mi general, pero qué pelotón se encargará de cumplir la sentencia si todos se niegan, ¿quién va hacer el trabajo sucio si la tropa se niega?
        ―Formaremos uno de sicarios o de mercenarios, siempre hay gente dispuesta a matar por dinero, en eso no va a haber ningún problema.
        ―Y si se niegan, como hace la tropa, ¿quién pondrá el cascabel al gato?       
        ―Consultaré con el Estado mayor, y con el ministro de la guerra. Eso debe cortarse de raíz, ¡recórcholis!, de cundir el ejemplo, el pánico se extendería entre las naciones, sería nuestra perdición y la perdición de la patria. Es un asunto de emergencia nacional, comandante, algo muy grave.
        ―Sí, mi general, y un atentado a la jerarquía militar, la fisura de una estructura firmemente consolidada por los ejércitos de todo el mundo y de todos los tiempos. Sería el caos, el fin de la civilización y el nuestro.
        ―Exacto, comandante, no vamos a consentir que un puñado de desgraciados pacifistas acaben con nuestros juegos de guerra que tanto nos divierten y sufrimiento les causa, guerras que por otra parte no queremos, que nos imponen, organizan y declaran los políticos en defensa de los países en donde nosotros, los militares, cumplimos sus órdenes a rajatabla, con la mayor eficacia, buscando causar el máximo número de bajas con el mínimo gasto posible, entre las tropas enemigas, donde quienes mueren son los otros, anónimos desconocidos y, nosotros, quienes les mandamos a la muerte.
        ―Sí, mi general, si desafían la jerarquía militar, si nos pierden el miedo, será la hecatombe, quedaremos cuatro gatos y el cabo. Todo nuestro sistema se fundamenta en la obediencia ciega. Tendríamos que desmontar el cotarro, sería el fin de los privilegios de clase, la incertidumbre, algo intolerable.  
        ―Me temo que sí, mano dura, no podemos consentirlo, ahora bajo con la ametralladora. Que se enteren de quien manda, ¡recórcholis!
        ―Así se habla, mi general, así se habla.
           ―Mientras tanto, dé la orden que el reo se dispare, para ir avanzando.

        ―Sí, mi general, a sus órdenes.                       

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