Sensibilidad
Me despiertan una
voces en la calle, estiro el brazo, Emma duerme, menos mal. Pulso el
despertador, una luz tenue lo ilumina, son
las cinco y diez de la madrugada. Ya es tener ganas. Sigo en la cama,
intentando dormir, ya veo que me será imposible. Son voces altisonantes, chicos
y chicas hablando, riendo en voz alta, incluso cantando. Cantan aquello de
Santurce a Bilbao, deben estar borrachos, seguro que andan chispeados, seguro.
Y se acercan, se nota, por el volumen de sus voces que se acercan. No quiero
levantarme, me entran ganas, les echaría unas voces o hasta un cubo de agua por
la cabeza, quien sabe. Menos mal que no han despertado a Emma. Siempre sucede
lo mismo cuando llega el buen tiempo. Se quedan hasta las tantas en los bares
de la plaza y luego los vecinos sufrimos sus excesos y, claro, pasa lo que
pasa. Eso sí, aquí nadie se queja, esto me sorprende, todos calladitos, siempre
he de ser yo el que llame a la guardia urbana. Deben darlo por sentado, que
llame Paco, el de siempre. En la comisaría ya me conocen, me llaman el tío
quebranto, cariñosamente, claro. Mejor espero un poco, aún no han pasado ni cinco minutos,
aunque la jodienda continua, ahora han empezado con la de los pajaritos, será
posible, una serenata al pie de mi casa,
¡qué digo!, de mi cama. Menos mal que no han despertado a Emma. Aunque si
continúan así, acabaran despertándola, me temo. Sí, espero, para que no se diga
que soy un intolerante. Igual cuando terminen la canción se van y aquí no ha
pasado nada. Lo cierto es que se merecen una reprimenda, no se puede ir despertando
a la gente a estas horas de la madrugada. Mejor espero, total han pasado doce minutos.
Tampoco quiero moverme, no es momento, no quiero despertar a Emma, tendría
gracia que fuera yo quien la despertara por levantarme ahora.
El hombre permanece inmóvil en su lado de la
cama y muy lentamente esconde la cabeza bajo las sábanas, se pone con esmero la
almohada encima y la apretuja firmemente para taparse los oídos. Entonces se
concentra, aprieta los ojos, presta atención máxima, durante unos segundos ni
respira, pendiente de la calle, afina el oído, lo agudiza, escucha a fondo y no
ausculta nada, no percibe a nadie en la calle, no se oye ningún ruido, ninguna
voz, ninguna risa, todo está tranquilo, aparentemente tranquilo, los intrusos
finalmente se han ido. El hombre sonríe quedo.
Parecen que se han ido, gracias a Dios.
Tampoco ha durado tanto, he hecho bien de no moverme, me han desvelado, es
cierto pero no es grave, Emma duerme y yo puedo recuperar el sueño cuando
quiera, lo que me molesta son las voces, el ruido de la calle, un incordio. Qué
hermoso es el silencio, no está bastante valorado, es por mi aguda
sensibilidad, claro, lo oigo todo, lo noto todo, lo siento todo, me han
desvelado, pero puedo dormirme de nuevo, estoy seguro.
El hombre recupera su posición habitual
en la cama, del lado izquierdo, apoya la cabeza en la almohada, se cubre las
sábanas hasta el cuello, pulsa ligeramente
la luz tenue del despertador y lo mira.
Las cinco y media, el camión de la basura ya ha
pasado, los borrachines también y ya todos se han ido, hasta las seis no sale el
vecino del portal de enfrente, el del portazo, tengo media hora.
Poco antes de las seis Emma se levanta, le
despierta y le da la medicación.
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