martes, 1 de septiembre de 2015

Relato 75

                                          Sensibilidad

Me despiertan una voces en la calle, estiro el brazo, Emma duerme, menos mal. Pulso el despertador, una luz tenue lo ilumina, son  las cinco y diez de la madrugada. Ya es tener ganas. Sigo en la cama, intentando dormir, ya veo que me será imposible. Son voces altisonantes, chicos y chicas hablando, riendo en voz alta, incluso cantando. Cantan aquello de Santurce a Bilbao, deben estar borrachos, seguro que andan chispeados, seguro. Y se acercan, se nota, por el volumen de sus voces que se acercan. No quiero levantarme, me entran ganas, les echaría unas voces o hasta un cubo de agua por la cabeza, quien sabe. Menos mal que no han despertado a Emma. Siempre sucede lo mismo cuando llega el buen tiempo. Se quedan hasta las tantas en los bares de la plaza y luego los vecinos sufrimos sus excesos y, claro, pasa lo que pasa. Eso sí, aquí nadie se queja, esto me sorprende, todos calladitos, siempre he de ser yo el que llame a la guardia urbana. Deben darlo por sentado, que llame Paco, el de siempre. En la comisaría ya me conocen, me llaman el tío quebranto, cariñosamente, claro. Mejor espero un poco, aún no han pasado ni cinco minutos, aunque la jodienda continua, ahora han empezado con la de los pajaritos, será posible, una serenata al  pie de mi casa, ¡qué digo!, de mi cama. Menos mal que no han despertado a Emma. Aunque si continúan así, acabaran despertándola, me temo. Sí, espero, para que no se diga que soy un intolerante. Igual cuando terminen la canción se van y aquí no ha pasado nada. Lo cierto es que se merecen una reprimenda, no se puede ir despertando a la gente a estas horas de la madrugada. Mejor espero, total han pasado doce minutos. Tampoco quiero moverme, no es momento, no quiero despertar a Emma, tendría gracia que fuera yo quien la despertara por levantarme ahora.  
         El hombre permanece inmóvil en su lado de la cama y muy lentamente esconde la cabeza bajo las sábanas, se pone con esmero la almohada encima y la apretuja firmemente para taparse los oídos. Entonces se concentra, aprieta los ojos, presta atención máxima, durante unos segundos ni respira, pendiente de la calle, afina el oído, lo agudiza, escucha a fondo y no ausculta nada, no percibe a nadie en la calle, no se oye ningún ruido, ninguna voz, ninguna risa, todo está tranquilo, aparentemente tranquilo, los intrusos finalmente se han ido. El hombre sonríe quedo.
        Parecen que se han ido, gracias a Dios. Tampoco ha durado tanto, he hecho bien de no moverme, me han desvelado, es cierto pero no es grave, Emma duerme y yo puedo recuperar el sueño cuando quiera, lo que me molesta son las voces, el ruido de la calle, un incordio. Qué hermoso es el silencio, no está bastante valorado, es por mi aguda sensibilidad, claro, lo oigo todo, lo noto todo, lo siento todo, me han desvelado, pero puedo dormirme de nuevo, estoy seguro.
        El hombre recupera su posición habitual en la cama, del lado izquierdo, apoya la cabeza en la almohada, se cubre las sábanas hasta el cuello, pulsa ligeramente  la luz tenue del despertador y lo mira.
         Las cinco y media, el camión de la basura ya ha pasado, los borrachines también y ya todos se han ido, hasta las seis no sale el vecino del portal de enfrente, el del portazo, tengo media hora.

         Poco antes de las seis Emma se levanta, le despierta y le da la medicación. 

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