martes, 22 de septiembre de 2015

Relato 78

                                             Proesía

         —Pero, ¿qué dices?, vaya palabreja que se te acaba de ocurrir, proesía, eso no debe estar ni en el diccionario; a ver, déjame ver en este Moliner.... Lo ves “proemio” y luego “proeza”, así que de proesía nada de nada.  ¡Qué no hombre, que no!, que aunque quieras ser escritor no puedes ir inventando palabrejas por ahí, como si fueras, yo que sé,  un Gómez de la Serna. Además, para decir eso que quieres decir ya existe la expresión “prosa poética”, que viene a ser lo mismo que ese engendro de proesía.
         —Dile engendro, vale, te lo admito, pero algún día esa bella palabra estará en todos los diccionarios. ¿No ves que proesía es más breve, que dice más con menos?, y esa concisión es importante para el lenguaje escrito. Mi padre me decía: “Adri, con pocas pero certeras palabras basta”, y citaba a Baltasar Gracián. Lo recuerdo bien pues a mí me hacía mucha gracia lo de Baltasar, me lo imaginaba negro como un rey mago llevando mirra condensada.
         —¿Quieres café o té?
         —Un vasito de vino, si no te importa, Antón.
         —No, si tú con tal de llevar la contraria lo que sea.
         —Oye y añade unos taquitos de jamón.
       ―Vale. Veo que tú defiendes, —le contesta Antonio alzando la voz desde la cocina donde está cortando el jamón— lo que estos físicos actuales que quieren reducir toda teoría a lo más simple.  A eso le llamo yo la enfermedad de la unidad. (y lo dijo con retintín) . Creo que eso viene de Einstein —añadió.
        ―¿Qué va!, —le responde Adrián gritando para que le oyese— no es algo moderno, ¡que va! Acuérdate de Tales cuando situaba el origen de todo en el agua, y eso debía ser por el V antes de Cristo. No, yo creo que es una aspiración humana legítima, reducir todo a lo mínimo.  Unir la Relatividad general con el Universo cuántico a través de la hoy hipotética teoría de las cuerdas responde a una pregunta antigua. Oye, ¿Este jamón es de paletilla?
         —Sí, claro, lo compré ayer en La Bellota.
         En confianza os he de decir...sí, sí a ustedes, amables lectores, que tengo mucha fe en Adrián, vamos, mucha confianza en su intuición. Mirad, hace unos 8 meses, en el verano pasado, en una de esas tardes de chicharrina concentrada en las que el aire no corre ni en la sombra estábamos él y yo, en silencio, sentados bajo un algarrobo en lo alto de un otero desde donde se divisaba la campiña tostada por el sol, como se suele decir, y de improvisto, quitándose el trocito de espiga que mordisqueaba entre los labios para entretenerse espetó: “mañana a la 5 caerá granizo sobre este campo y sobre mi pueblo” y señalaba hacia adelante, más allá del torrente seco. Me quedé de hielo, casi hasta me refrescó su disparate, si me permitís la broma, y nos reímos un buen rato. Nada ni nadie hubiera asegurado jamás algo semejante. Vamos ni los meteorólogos a los que consulté por la tele por si acaso, mientras cenaba. Pero, prestad atención, el caso es que al día siguiente y con precisión taurina, a las cinco de la tarde, tal como abruptamente había pronosticado  mi amigo, se desató el cielo. Se puso de un oscuro gris plomizo y sin mediar trueno alguno empezaron a caer pedregones como estoques que reventaron claraboyas y agujerearon tejados de Uralita, parecido a  una descarga de metralla. Duró poco pero harto suficiente para provocar enormes daños. A eso le llamamos en mi tierra maña caer chuzos de punta. Así que cuidado con las precogniciones de mi amigo aprendiz de escritor, que si él dice que Proesía figurará algún día en los diccionarios o que la teoría de las cuerdas será la gran teoría unificadora (una especie de Dios, me imagino) yo no lo pondría en duda tan en seguida. Los escritores son gente rara, ya sabéis de lo que hablo. Sin ir más lejos ahí está Luis, un amiguete mío y de Adri, y que trabaja de chupatintas en una agencia de seguros a tiempo completo y por la noche casi a hurtadillas o cuando está inspirado según él mismo dice compone poesía breve, una de japonesa, no recuerdo ahora cómo se llama pero Llullo dice que son de 17 sílabas, algo crucial —asegura él.  La atracción a las letras le viene de lejos, de su infancia y a su afición a la sopa de letras. No me refiero a esas que forman parte de  juegos y crucigramas sino a sopa de letras de verdad, de pasta. De pequeño era su plato preferido. Cada mediodía su madre le servía de entrada un platito de sopas de letras. Luisillo se entretenía en ajuntar letras sobre el borde del plato y a formar palabras. Para completar su nombre tenía que buscar las letras correspondientes y luego recortar dos pedacitos de una cualquiera para formar un par de puntitos con que coronar las íes que necesitaba a fin de construirlo. Era y sigue siendo muy meticuloso. También formaba la palabra Amalia, que era la chiquilla que le gustaba entonces y con el tiempo se convirtió en su mujer. Decía que le costaba porque en la sopa habían pocas as. De la misma forma hacia de vez en cuando, recortando muchas eles y alineándolas, corazoncitos. Su madre siempre le regañaba: “otra vez la sopa fría, ¡ay Luisillo, qué haremos de ti!”. Pues eso, oficinista de día y poeta de noche. Una vez, no hace mucho, me leyó varios poemillas suyos, de los que sólo he retenido uno y para que veáis de qué van estas cosas japoneses os recito uno, ahí va: “Desde la playa /constante, incontenible/ el rumor del mar.”  Me quedó grabado porqué hablaba del mar y a nosotros, los de gente de adentro, el mar nos fascina. Me parece que habla de monotonía,  aunque percibo una tensión interna,  no sé. Este sí que era un tipo extraño de pequeño (y de mayor) como Adrián con su afición a escribir proesía de esta. Tal como canta Serrat cada loco con su tema. Yo, en cambio, soy bastante normalillo. Me dedico a pintar.
       —¿Este cuadro es tuyo, Ton?
       —Sí, claro, de Rupit.
       —Me pones más vino, por favor. Oye sabes que esta torrentera parece salirse del cuadro, diría que hasta la puedo oír. ¿Cómo conseguiste este efecto?
       —Muy fácil, le eché un poco de polvo de mármol que combina muy bien con la pintura acrílica.
    — ¿Y esa tormenta?, vaya tormenta que has pintado, me recuerda la del verano pasado, aquella que causó tantos destrozos en las casas de mi pueblo.
    —Sí aquello fue espantoso, pero no, esta me pilló in situ pintando el cuadro junto al torrente. Por fortuna no cayeron chuzos como en aquella.  Se me ha terminado el jamón, Adri,  ¿quieres gruyere?
       —Sí y trae la botella, si no te importa. Ten, toma tú y así nos la acabaremos. Y qué hiciste?
       —Pues nada, ¿qué iba a hacer?, pues seguir pintando, estaba en un momento clave y no podía dejarlo. Cuando arreció me resguardé y dejé el cuadro plano sobre el caballete para que se mojara durante un par de minutos. Ves estos goterones mezclados con el color son de lluvia y realza el efecto del bravo salto del agua, ves aquí y aquí...,y aquí también. Yo creo que le da a la obra un toque especial, a mí me encanta; Sabes cuando aquel día volví empapado al hotel con los trastos de pintar me sentí muy feliz. Es fantástico esto de estar unido a la naturaleza. No sé, fue como si supiera que formaba parte de una unidad más grande.
       —¡Ves, lo acabas de decir, Ton!, seguramente sin querer pero has mencionado el término de unidad.
        —Sí, es cierto pero es una unidad sui generis.
        —No, si al final también tú vas a acabar siendo un minimalista como yo.
       —Bueno Adri, vamos a ver, tanto ir  y venir con la proesía y, ¿no me vas a poner ningún ejemplo?
        —Vale, te citaré un fragmento de mi biografía.
   —¿Tu biografía, no me digas que estás escribiendo tu autobiografía a los 46? Acaso tienes miedo de morirte mañana?
        —Quién sabe, quién puede sabe algo así?
       —Yo diría que mejor que tú nadie con el don este que tienes de prever el tiempo futuro.
        —No te burles, Antón, que eso no se puede programar. Sabes, hay que hacer las cosas cuando se tienen ganas de hacer y sobre todo memoria. Mira mi padre, toda la vida repitiendo las mismas frases reducidas, las mismas anécdotas, las mismas historietas vividas a lo largo de su vida (ahora creo que lo hacía para crear surcos seguros dentro del cerebro para no olvidarse) y ya ves, a sus 84 años  lo ha olvidado todo, incluso lo que acaba de decir u oír y pronto ni su nombre recordará. Más que surcos son precipicios los que han disociado su cerebro en dos. Pobre padre mío, verlo así, con lo que nos ha querido y él que en su profesión era el rey de la fórmula, todos acudían a preguntarle, era un portento, se acordaba del vademécum entero. Se lo oí decir millones de veces y ahora ni se acuerda. Por eso te digo Antón que cuanto antes mejor, que los años se lo llevan todo hasta las ilusiones.
       —Lo siento, de verdad, Adri, lo lamento de veras. Los años arrugan las cicatrices y los surcos se ensanchan hasta hacerse cataratas  ¿Te acuerdas de los discos, de los elepés? Cuando has hablado de los surcos me ha venido esta vieja imagen a la cabeza y de cuando se enganchaban y se quedaban repitiendo en plan tartaja la última palabra: “Noelia, Noelia, Noelia, Noelia” decía Nino Bravo y no se cansaba nunca y venía Luis y repetía “Amalia, Amalia, Amalia, Amalia”..., y qué terco era, no admitía corrección, él erre con erre y pa adelante, maño había de ser también. Pues eso que tu padre tiene el cerebro como uno de estos discos antiguos, con muchos surcos, desgastados por el uso y rayados, que no hay repuesto todavía para el cerebro, amigo,  que no se le puede hacer nada.
         —Por eso Antón, ahora es el momento, ahora tengo fuerzas y ganas y aunque no tinc vint anys, como decía el poeta, me estoy dedicando a escribir mis memorias. Oye, sabes que está muy gustoso este queso, sí, pero que muy gustoso. A ver, déjame que seleccione, sí, esto mismo, te voy a leer un fragmento que escribí cuando la muerte de mi querido tío:
         “No et vaig plorar quan vas morir: era com si ho sabéssim, com si sabéssim que ja et tocava marxar. Ets un exemple per a mi de com prendre’s la vida; ajuda’m des d’on estiguis, tío estimat. Només vull ser una mica com vas ser tu, només una mica. El cor se m’obre com una font només de recordar-te. Ara ploro el que no vaig plorar quan vas morir. Ajuda’m. Plego, per avui plego d’escriure. Ja en tinc prou. Gràcies.”          
         —Suena bien, no entiendo paparruchas pero me gusta, parece de corazón.  Así  que según tu don profético a eso que me acabas de leer algún día vendrá definido en el diccionario como proesía y pondrá: palabra ideada por el Sr. Adrián Nanascoll i Cusach.
         —Vale ya, vale de tanto cachondeo.

         —¡Y no te lo pierdas, en el Moliner!         

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