Oximorones
—Sí, pero no, amigo invisible,
que estás y no estás. Observa ciegamente cómo queman en esta encendida noche los
ángeles negros de mirada muerta que cabalgan por el torcido horizonte bajo la
lluvia seca que nos hace llorar. Son pájaros sin alas que huyen como buenos
perdedores del atardecer lacrimógeno, del pesado gas líquido, del seco hielo,
del cristalino humo, y migran estáticos en clamoroso silencio a ningún sitio
conocido, avivando recuerdos olvidados de cuando la fiebre fría, guiándoles la
razón instintiva, y sobrevuelan a baja altitud las luminosas sombras de sauces llorones
que ni lloran ni viven en desiertos de agua. Truculenta paz, calma caótica,
abundante escasez de todo y nada. Es un secreto a voces que tras la estridente sordina
de los fantasmales bosques yacen en sus temblorosas tumbas los pobres ricos
ocupados noche y día cual martillos de goma en negocios innegociables,
confundiendo palabras vivas y sordas con voces inaudibles de sus estómagos
llenos de vacíos caudales huecos, abollados, ensortijados por rectilíneas curvas
y perfumadas ventosidades.
—¿Ignorantes sabios?, —preguntas,
tragicómico. Hay muchos o pocos, menos es más, son estatuas parlantes, gárgolas
obturadas, andantes bastones blancos, conscientes inconscientes, a los que les
iría bien un lavado en seco, horadar su hora incierta, acompasar su compás descompasado.
—Temo valerosamente por este
inmundo mundo, que viva o muera.
—¿Otra
cerveza sin alcohol, pequeño gran amigo?
—En realidad virtual, ¿verdad
o mentira?
—Ni una ni otra, sino más o
menos un claroscuro incierto, refulgente y agridulce, amigo, claramente ambiguo
como tú, yo y todos los amores odiosos.
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