martes, 22 de agosto de 2017

Relato 178

                                      Sincronía

Me dijo que se llamaba Julia (espero que siga bien), que tenía veinticuatro años, que era médica, que estaba pasando unos días de agosto de vacaciones por Cantabria, que era de Bilbao y que se paró porque le llamó la atención la pinta que llevaba con mis tejanos ajustados, la mochila a rayas, la camisa de flores y el sombrero amarillo. Parecías un espantapájaros me diría más tarde en la cama entre risas cuando tuvimos más confianza. Subí a su Citroen Dyane, matrícula Bi-25.752 (apuntaba las matrículas de todos los vehículos que me cogían), dejé la mochila atrás y me senté a su lado. Entonces se presentó así: soy Julia de Bilbao y al decírmelo di un bote en el asiento.
        —¡Qué casualidad! —dije, llevaba rato tarareando palabras para Julia.              Ella me miró con sus ojazos azules, aún no sabía que era un poco bruja, puntualizó que las casualidades no existen, que había sido una sincronía más como el capicúa de la matrícula de su coche que coincide con su fecha de nacimiento, 25 del 7 del 52, como muchas otras cosas que le estaban pasando últimamente. —añadió riendo.
         —¿De dónde vienes? —me preguntó.
         —De Barcelona.
         —¿A dónde vas?
        "¿Estaría ante la mismísima Esfinge egipcia?" —A Finisterre —respondí.
         —¿A dedo?
         —Sí. ¿Y tú?
         —A Santoña, a una sardinada, he quedado con gente. ¿Te vienes?
         —Vale.
        Julia era mayor que yo, unos cinco años, tenía un mentón pronunciado, la risa fácil, un talante generoso y dominante, le gustaba la fiesta y el vino, se pasó la tarde presentándome, riéndose con sus amigos, el calor y el humo salado de las sardinas nos embriagaba y seducía, todo resultaba fácil con ella, se nos hizo noche cerrada.
        —¿Dónde duermes? —me preguntó.
        —No sé, buscaré algún camping.
         —Vente conmigo, tengo alquilado un apartamento en Laredo.
        Accedí.
        Abrió una botella de vino, puso trocitos de queso, algo de jamón, dos vasos, los llenó, bebimos, me dijo que era Leo.
        —Casualmente domino la astrología —dije, medio en broma.
         Ella sonrió, calculé su ascendente.
         —Eres Acuario, Julia, como mi signo.
        —Otra sincronía, —exclamó, divertida.
        Hablamos del enigma de los vivos y de los muertos, de la ausencia, se le había muerto una abuela recientemente. Dijo que habían días de melancolía que le daba por ponerse a escribir sin pensar, que la relajaba, practicaba la llamada escritura automática, me mostró garabateadas algunas páginas, su letra era ampulosa y grande, azul como sus grandes ojos.
        —A mí también me gusta escribir —dije.
         Y ella repitió feliz aquello de la sincronía. Seguimos bebiendo. Me habló de Jung, del inconsciente colectivo, del sueño del escarabajo negro y del mismo escarabajo egipcio en el cristal de la ventana, un espécimen raro y de cuando surgió la palabra sincronismo. Una ráfaga de aire recalentado nos puso en alerta y nos hizo acercarnos al ventanal.
        —Ese tan brillante es Venus —dije sin más— y el que tiene justo debajo, más pequeño y rojizo es Marte.
         Y nos quedamos absortos, en silencio, uno al lado del otro ante aquel cielo oscuro, misterioso, ignoto. Junto a mí, sentí su cuerpo temblar o tal vez fuera el mío, no llegué a alcanzar su mano, nuestros cuerpos se acercaron, casi se rozaron, fatigados, sudorosos, inmóviles, esperé una señal, un gesto, algo, la noche nos envolvía, escalofríos, seguimos quietos, uno junto al otro, callados, como faraones pétreos, como si temiéramos que cualquier palabra fuera a romper el hechizo o aún peor, que por el bochornoso aire que nos engullía se nos fuera a colar otro escarabajo negro o el espíritu de su abuela muerta o ve a saber qué conjuro. Fue entonces cuando al cabo de unos segundos, Julia dijo que ya era tarde, que se iba a duchar, que yo podía hacer lo mismo, me mostró mi cama, yo dormiré allí, señalándome otro dormitorio.
        Mientras tanto, inexorablemente, Venus y Marte en el horizonte llegaban a la conjunción exacta una media hora después, otra sincronía. 

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