martes, 29 de agosto de 2017

Relato 179

                                         Verborrea

        ―No, si ya verás, te acuerdas, Encarna, cuanto te conté lo de mi hermana, sí, que se fue de vacaciones a la costa unos días sin decirme nada y dejando a papá en la residencia, con lo mayor que es, eso no me pareció nada bien, pero escucha lo que me ha hecho ahora, resulta que su hijo me llamó por teléfono cuando yo estaba en el mercado, fui a por unas berenjenas ya sabes que a mi marido le encantan rebozadas y de paso compré unos pimientos y un par de kilos de patatas, pues fíjate lo que me dijo mi sobrino Dominguín, me dijo que si quería ir a pasar unos días con ellos, que estaban en un camping de LLoret, que a mi hermana le haría ilusión, ¿tú te crees? le hace llamar a él, ella no tiene lo que hay que tener para hablar directamente conmigo, sabe que lo hizo mal y no se atreve. Que, qué le dije, pues que muchas gracias pero que alguien tenía que quedarse en Barcelona para cuidar a su padre que es también el mío. Ea, pues qué se ha creído, a ver si así aprende, me quedé tan ancha, es que no te dejan más remedio que ser grosera, hay cosas que caen por su propio peso pero no sé, chicas, hay gente que no lo ve, eso de estar siempre cantando la caña es muy triste, ea, pero no me queda más remedio.
        ―Pues a mí, Pili, me pasa parecido con mi suegro, que tiene una hija que es una descastada, ella a su peluquería, a sus masajes, a sus amigas y que le zurzan a su padre y a su marido, a Carlos, mi hijo, que se pasa el día trabajando y ya ves como están las cosas y muchas veces llega a casa y ni un triste plato de macarrones en la mesa porque su mujer está fuera de compras o visitando a alguna amiga o eso dice y no le ha dejado nada preparado, en fin que he de ser yo, quien le llame y le pregunto como estás, hijo, y él,  que es una persona buenísima, bueno que he de deciros, ya lo conocéis, quiere taparlo todo, pero yo sé por lo que está pasando gracias a Lola, la vecina que tienen enfrente, con la que guardo una gran amistad pues es del mismo pueblo que yo, Destroy, y que tú, Josefa, ya la conoces, ya sabes que es una gran persona, pues bien ella me lo cuenta todo de pe a pa. Parece ser que el otro día mi nuera llegó a casa con un vestido nuevo y que era extremado y según Lola  un poco putero, pero eso que quede entre nosotras, y llegó justo cuando Carlos estaba preparando la comida y tú te crees que a ella sólo se le ocurrió preguntarle cómo le quedaba. Lola  me mantiene informada, suerte de ella, que si fuera por mi hijo ni pum, es un santo, de su boca no sale nada y del suegro se cuida más su hermano Luís que vive en Badalona que mi propia nuera. El hombre tiene ochenta y tantos, vive solo desde que enviudó hace año y medio, yo le llamo con frecuencia, por desgracia no tiene fina la cabeza, pero su hija no, ella a sus trapitos y que a su padre le den morcilla, ¡ah no!, eso de cuidar no, eso que lo haga su hermano Luís que para algo es el mayor, según dice ella. Además yo, por ejemplo, no puedo ir a verles tanto como me gustaría pues tengo esta rodilla que me duele mucho cuando llevo un rato andando sobre duro y por eso los baños de agua de mar y los paseos por la arena que me van bien, según asegura mi traumatólogo que es el mismo que el tuyo, ¿verdad, Josefa?
        ―Sí, Encarna, y es una buena persona, uno de los mejores que conozco, a mí me trata de las plantillas desde hace años y desde entonces como una seda, oíd, chicas, como una seda y antes me quedaba doblada si andaba un poco. La gente se está volviendo loca, hacen cosas sin sentido, todo ha cambiado mucho y para mal, ya no hay urbanidad ni respeto, todo el mundo va a la suya y una se siente de otro mundo, no sé qué les pasa hoy a los hombres, debe ser la pitoflauta esa porque están de una tontería que no se pueden aguantar. A José le ha dado ahora por ir a pescar, va como loco, sólo quiere que llegue el fin de semana para pillar sus bártulos de pesca y un par de paquetes de rubio para sentarse en el espigón, solo. Miradlo, allí está, con sus tres cañas de cinco metros, mirando el mar, como dice la canción, eso, y no os creáis, que a la seis de la mañana ya está en la playa con sus trampas para pillar los cangrejos blancos esos y luego se pasa todo el día pescando o intentándolo, mientras que yo a pasear arriba abajo por estas playas de Dios por ceder a sus gustos y sin plantillas, que no me va bien, ya veis, pero bueno. Luego no pesca nada, la mayoría de las veces vuelve de vacío y cabreado y si vierais cómo se pone si no tengo la comida lista y a punto de sal. Hace un rato he pasado a verle y sólo acercarme me ha echado una mirada de reojo como si le molestara, os lo queréis creer, pues eso, y yo me he dado la vuelta, para que voy a interrumpir sus pensamientos, yo, que le he dado toda mi vida, molestarle. Con los años nos hemos hecho mayores y hemos perdido atractivo para esos hombres y nos han perdido todo el afecto, ahora somos viejas para ellos, serán sinvergüenzas. Suerte que nosotras mantenemos una amistad firme de cuando niñas y tenemos nuestros buenos ratos, eso, que sino de qué íbamos a transigir tanto como hacemos, ¡por Dios! Hay que tomarse las cosas como vienen, sufrir y paciencia, ¡vaya!

        Las tres mujeres se alejan descalzas por la orilla del mar enlazando en su conversación varias calas seguidas, van a buen ritmo, animadas, gesticulando, una de ellas tranqueando, ajenas a la soleada que cae a plomo y a las huellas de lágrimas ensangrentadas que dejan tras de sí sobre la arena de la playa.

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