martes, 24 de octubre de 2017

Relato 187

                                         Humo 

        —La ayahuasca me transporta a un mundo magnífico, donde el dolor no existe. Todo se ralentiza, los minutos parecen horas, el tiempo se estira y se encoge como un chicle cósmico y me ancla en un instante eterno. Nada tiene importancia, sólo la experiencia catártica, la sublime experiencia de la comunión con el entorno vivo. Dejo de existir, de notarme, de pensar, de interferir, dejo de ser algo separado para estar unido a algo enorme, diferente, mucho más sublime, me fusiono con el Ser. Ni protecciones, ni defensas, ni miedos, ni huidas, ni falsedades, todo se derrumba, emerge la verdad desnuda de lo que es, de lo que siempre ha sido y será, el Ser. Las separaciones caen, el otro es mi hermano, mi hermana, me uno con el otro, los otros, ¡qué extraño término!, dejan de ser antagónicos, me veo recorrer la misma vía Láctea, me uno amorosamente, el deseo sexual desaparece, muta, se convierte en ternura, en afecto profundo, en respeto supremo. Mi vieja identidad, ¡ay, Fernando!, se disuelve, la veo luchar, competir, defenderse, aferrarse a la atávica costumbre, adherirse como una lapa a los antiguos y decrépitos recursos, justificarse, sobre todo justificarse con un bla-bla-bla incesante, que causa dolor de cabeza.
         Sin embargo, —continuó— este mundo tal como lo conocemos es un mundo virtual, tiene los días contados. Se están derrumbando los falsos valores que lo sostienen ¡Vedlo con vuestro propios ojos en derredor!  Este mundo agoniza, se va por la alcantarilla, no representa más que un arquetipo nocharniego de la historia humana, cuatro días para la historia del planeta, mera anécdota.
        Hizo una pausa, examinando nuestros rostros y prosiguió:   
        —Cuando el efecto de la ayahuasca se debilita vuelve a apoderarse de mí la pesantez de la gravedad y vuelvo a sentir el peso del tiempo y de la historia, el peso del drama colectivo acumulado, un peso cada vez menor; pues ahora he visto con los ojos y he sentido con el espíritu que formo parte de un ente global superior y que este individuo que tanto me esfuerzo en defender se vuelve nítido en lo que aparenta ser: un fantasma, un ridículo fantasma. Los sentidos se agudizan, los colores se avivan, veo la energía de las personas hacerse transparente para mí, todo se vuelve real de otra manera.
        Guarda unos segundos de silencio y continua en tono confidente:
        —Mi experiencia en la selva amazónica abrió mi mente y transformó mi vida. Otros mundos coexisten con éste, más verdaderos y pacíficos, no os lo podéis aún imaginar, os aseguro que hay una pluralidad de universos latiendo con nosotros aquí y ahora al mismo tiempo, abrid vuestras mentes, una tecla resuena eternamente, os invito a descubrirlos, explorarlos y transitarlos.
         Hablaba bajito como si le saliera del corazón y gesticulaba poco.
        —Por mi parte, gracias a la experiencia psicodélica, ahora sé que el mundo visible está gobernado por el invisible y lo tengo muy en cuenta. Mi etapa con el brebaje de la ayahuasca ha pasado, es cierto, en su día me permitió avanzar y descubrir que había mucho más que lo obvio, y ahora abordar otro estilo de vida, digamos más natural y genuino.

        En la sobremesa Fernando se calla, nos mira y sonríe alegremente. Estamos estupefactos. Apuramos el whisky. Sus palabras han creado una atmósfera de sosiego, propicia a la meditación, de otro mundo o mundos desconocidos. El único humo que asciende es el del incienso. 

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