Humo
—La ayahuasca me transporta a un mundo
magnífico, donde el dolor no existe. Todo se ralentiza, los minutos parecen
horas, el tiempo se estira y se encoge como un chicle cósmico y me ancla en un
instante eterno. Nada tiene importancia, sólo la experiencia catártica, la
sublime experiencia de la comunión con el entorno vivo. Dejo de existir, de
notarme, de pensar, de interferir, dejo de ser algo separado para estar unido a
algo enorme, diferente, mucho más sublime, me fusiono con el Ser. Ni
protecciones, ni defensas, ni miedos, ni huidas, ni falsedades, todo se derrumba,
emerge la verdad desnuda de lo que es, de lo que siempre ha sido y será, el
Ser. Las separaciones caen, el otro es mi hermano, mi hermana, me uno con el
otro, los otros, ¡qué extraño término!, dejan de ser antagónicos, me veo
recorrer la misma vía Láctea, me uno amorosamente, el deseo sexual desaparece,
muta, se convierte en ternura, en afecto profundo, en respeto supremo. Mi vieja
identidad, ¡ay, Fernando!, se disuelve, la veo luchar, competir, defenderse,
aferrarse a la atávica costumbre, adherirse como una lapa a los antiguos y
decrépitos recursos, justificarse, sobre todo justificarse con un bla-bla-bla
incesante, que causa dolor de cabeza.
Sin
embargo, —continuó— este mundo tal como lo conocemos es un mundo virtual, tiene
los días contados. Se están derrumbando los falsos valores que lo sostienen
¡Vedlo con vuestro propios ojos en derredor! Este mundo agoniza, se va por la alcantarilla,
no representa más que un arquetipo nocharniego de la historia humana, cuatro días
para la historia del planeta, mera anécdota.
Hizo una pausa, examinando nuestros
rostros y prosiguió:
—Cuando el efecto de la ayahuasca se
debilita vuelve a apoderarse de mí la pesantez de la gravedad y vuelvo a sentir
el peso del tiempo y de la historia, el peso del drama colectivo acumulado, un
peso cada vez menor; pues ahora he visto con los ojos y he sentido con el
espíritu que formo parte de un ente global superior y que este individuo que
tanto me esfuerzo en defender se vuelve nítido en lo que aparenta ser: un
fantasma, un ridículo fantasma. Los sentidos se agudizan, los colores se
avivan, veo la energía de las personas hacerse transparente para mí, todo se vuelve
real de otra manera.
Guarda unos segundos de silencio y
continua en tono confidente:
—Mi experiencia en la selva amazónica abrió
mi mente y transformó mi vida. Otros mundos coexisten con éste, más verdaderos
y pacíficos, no os lo podéis aún imaginar, os aseguro que hay una pluralidad de
universos latiendo con nosotros aquí y ahora al mismo tiempo, abrid vuestras
mentes, una tecla resuena eternamente, os invito a descubrirlos, explorarlos y transitarlos.
Hablaba
bajito como si le saliera del corazón y gesticulaba poco.
—Por mi parte, gracias a la experiencia
psicodélica, ahora sé que el mundo visible está gobernado por el invisible y lo
tengo muy en cuenta. Mi etapa con el brebaje de la ayahuasca ha pasado, es
cierto, en su día me permitió avanzar y descubrir que había mucho más que lo
obvio, y ahora abordar otro estilo de vida, digamos más natural y genuino.
En la sobremesa Fernando se calla, nos
mira y sonríe alegremente. Estamos estupefactos. Apuramos el whisky. Sus
palabras han creado una atmósfera de sosiego, propicia a la meditación, de otro
mundo o mundos desconocidos. El único humo que asciende es el del incienso.
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