martes, 10 de abril de 2018

Relato 211


                                             

Por alguna razón desconocida te gusta venir cada noche a la casa que hace no mucho te vio nacer. Apareces por cualquier puerta, cada noche una distinta y recorres parsimoniosa las habitaciones, una tras otra, con paso airoso, flotante, rozando ligera los muebles con tu vestido de seda esponjosa y dejas aroma de canela que tanto te gusta impregnada en la estancia. Te paseas sosegada por el comedor de papel pintado, balanceas los brazos como en un escenario ficticio y suena en tu cabeza una música celestial que te ilumina el rostro. Por alguna razón desconocida acabas sentándote en la mecedora de madre, de mimbre grueso y antiguo, la preferida de la abuela, de madre, de ti, te reclinas dulcemente, atusas tu cabellera rubia y te quedas ensimismada mirando afuera por la ventana. Tu tez infantil la enciende un reflejo de luna, la calle permanece oscura, observas la noche sin descorrer las cortinas, farolas, coches, luces verdes, rojas y amarillas, escasos peatones bajo los abrigos, lluvia fina, la acera, la esquina, la horrible esquina, sí, donde perdiste la vida.
         No quieres verla pero la buscas, la rehúyes, pero se te va la mirada sola, cierras los ojos, persiste la imagen, sientes un gusano blancuzco que te corroe por dentro, tiemblas al ver la esquina: volvías corriendo, temerosa, perseguida por alguien que te quería hacer daño sin tú saberlo. Sin tú saberlo. Exhausta, débil, herida de hermosura, la falda a jirones, apenas doce años, apenas una adolescente, hasta la esquina, corriste, caíste enferma de muerte, desangrada.
         Un ramo de flores seco sigue atado a la farola. Huele a canela. Antes de morir, hermana, viste tal vez a madre, sentada en la mecedora que ahora ocupas, mirándote horrorizada por la ventana. El hilo de la muerte os unió para siempre. No la busques aquí, Irene, ya no está aquí. Al salir de clase de danza, confiaste en el amigovio de madre: te acompaño, vamos de camino, tal vez te dijo, zalamero, ah vale, respondiste tú ingenuamente.

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