Vecinos
Mudaron al cuarto
primera hará poco más de cinco meses, armando barullo por el vestíbulo, cuyo
suelo de gres claro y jaspeado se quedó manchado con un reguero polvoriento. La
puerta metálica de la calle la dejaron abierta y el jaleo que organizaron con
el ascensor fue de escándalo. No paraban de subir cargados de pequeños objetos, maletas y por lo menos un electrodoméstico,
encajarlo en el ascensor les costó. Luego el arrastre de este objeto pesado por
el rellano, arañazos en las paredes, murmullos, jadeos de esfuerzo, voces airadas
que terminaron con el estampido seco de una puerta. Incluso pude seguir un rato
más oyendo el vocerío proveniente de su vivienda, pero para nada se me ocurrió
pensar que todo aquel bullicio provocado por un simple traslado pudiera
presagiar nada alarmante.
Los anteriores inquilinos apenas
molestaban y cuando se fueron no nos dimos cuenta, ni siquiera se despidieron.
En esta finca casi todos estamos de alquiler, son apartamentos de reducido
tamaño para parejas sin hijos. Cuando deciden aumentar la familia, se van a
otra parte, si pueden. Vivir de alquiler se ha puesto por las nubes. Así que
casi todos los vecinos somos de cierta edad y sin hijos.
Guadalupe Cañas se llama ella y
Alfonso Porra, él, según he podido leer en el adhesivo que han pegado en su
buzón encima de las anteriores. El cuarto primera se encuentra debajo de nuestro
ático, que dispone de una terracita donde cultivamos plantas medicinales. Al
principio no le dimos importancia, siempre se oyen voces en estas viviendas
poco insonorizadas, pero nos extrañó. La pareja anterior ni se la oía, pero a
ésta, a eso de las nueve de la noche, una escandalera. Subíamos el volumen de
la tele que amortiguaba un poco. Él, de voz gruesa y cortante, ella, más bien
aflautada, de las que hablan largo sin cansarse. Lo común es su timbre de voz
que es alto y con mucha tralla, una vecindad molesta. Nos taladran los oídos en
cuando llegan.
Cuando
he intentado llamarles la atención, me ignoran. Barajé avisar a la guardia
urbana, pero lo descarté. Montan la orgía las noches de los días laborables, los
domingos nos dan descanso. A veces la fiesta se alarga hasta el amanecer, con
el retumbo de los cafés y las cañerías, yéndose hacia las nueve. Profieren alaridos que duran un rato para luego
cesar de golpe, seguido de un breve mutis entremezclado con risas, que acaban
en un auténtico galimatías. A la noche se repite la misma historia. Llega ella,
llega él, un fragor de voces, un desenfreno de pasiones, gritos, crujidos,
insultos, golpes, risas, en el recibidor, en el comedor, en la cocina, les
oímos por todas partes, cualquier lugar les vale para dar rienda suelta a sus
ardores, vuelven a la desenfrenada actividad sexual de cada noche y vuelve la
bulla, los chillidos, el mete saca incansable, las palabras altas y soeces y el
triquitraque interminable.
El edificio entero tiembla de espanto y
de placer. Guadalupe y Alfonso desarrollan
una irrefrenable pasión libidinosa a todas horas. Incansables. A veces nos
parece oír hasta el chasquido de un látigo seguido de lamentos y lloros
aderezados con aullidos de placer. Se lo pasan en grande. Nos sorprende y hasta
cierto punto, lo envidiamos. Elevar el volumen de la tele ya no nos sirve.
Seguimos oyendo los "Ven, zorra, soy el lobo que te va a comer, abuelita,
dime que sí, átame mas fuerte, cómeme..." Por eso ahora ni tele ni radio.
Preferimos escucharles. Después de cenar nos preparamos unas tacitas de
infusión del Romero de la terracita de casa, al que añadimos unas raspaduras de
raíz de Gin Seng y unas gotitas de licor de menta y nos desnudamos. Nos
quedamos alerta, esperando a los vecinos del cuarto. En cuanto llegan, inician
los jueguecitos y nosotros hacemos lo mismo. Nos añadimos a la fiesta en la
distancia. Nuestros cuerpos se enredan como los suyos y nos
acariciamos, y mis manos recorren los muslos de mi esposa y ella me roza
los pezones que se electrizan e intuimos que ellos están haciendo parecido y
nos enardece más y empezamos a amarnos como los dos jóvenes enloquecidos que un
día fuimos con la banda musical de los de abajo y al ritmo que imponen,
berreamos cuando berrean, vociferamos cuando vociferan, gemimos cuando gimen,
pues estamos compartiendo las mismas voces que las suyas, las mismas acciones y
gestos, casi los mismos cuerpos y el mismo orgasmo simultáneo al de los vecinos
del cuarto primera.
Un día de estos iremos a conocerlos, tal vez
podamos establecer una buena amistad y hasta puede que nos mudemos de apartamento,
porque se nos haya quedado pequeño el ático. Aunque quizás no quieran extraños
en sus rutinas de entre semana, nunca se sabe.
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