martes, 5 de febrero de 2019

Relato 254


                                           Grito

        —Abre la boca.
        Ella sonríe y la entreabre.
        —Un poco más.
        Ella la abre un poco más.
        —Ahora cierra los ojos.
        Ella los cierra.
        —Aprieta.
        Ella los aprieta.
        —Tápate los oídos con las manos.
        Ella se los tapa.
        —¿Tienes frío?
        Ella mueve la cabeza, negando.
        —Y, ¿miedo?
        Ella niega de nuevo.
        —Y, ¿calor?
        Ella afirma moviendo la cabeza.
        —¿Te quito el sujetador?
        Ella no dice nada, pero traga saliva.
        Luego unas sonrisas enlatadas.
        —¿Te lo quito?
        Ella calla y sigue tragando saliva. Se le nota pasar la saliva por el cuello y descender por el pecho. Él resigue lentamente con el dedo índice de su mano izquierda el recorrido del salivazo que ella engulle. Se entretiene en la ladera del escote y un poco más abajo, en medio del sujetador se detiene. Hace como si rebuscara bajo la tela de pespunte blanco y se perdiera entre sus senos. Ella sigue con los ojos cerrados, los oídos tapados y la boca abierta. Él añade más dedos: primero el corazón, luego el anular y hasta el pulgar con el que apresa el pezón de su seno izquierdo. Lo fricciona lenta y tiernamente, acariciándolo sin prisa. Tienen tiempo, aún les queda media hora. Ella sigue con las manos en alto, los ojos cerrados y la boca menos abierta, dejándose hacer, aunque cuando él roza con la uña su aureola canela ella tiembla, los poros de su piel se erizan y su frente se llena de puntitos brillantes.
        —¿Te disgusta?
        Ella no contesta. Ha aflojado un poco la tensión con la que tupía los ojos y se ladea, nerviosa, encima del sillón. Unas lágrimas mezcladas con rímel se le escurren por las mejillas. Al poco niega tímidamente con la cabeza.
        —Todo va bien, Laura, todo va bien.
        Laura cede presión sobre sus oídos, se repasa los labios con la lengua y termina afirmando ligeramente con la cabeza.
        —¿Tienes sed?
        Laura dice que sí con un gesto. Continua con los brazos levantados. Él sigue magreando suavemente su seno izquierdo y muy despacio introduce su mano derecha bajo el sujetador del otro pecho, de donde debería estar el otro pecho, y masajea allí delicadamente. Laura se estremece, deja caer los brazos, abre los ojos, cierra la boca y grita.
        —Tranquila, Laura, todo está bien. Tranquila.
        Él la estrecha entre sus brazos. Ella llora. Se siente protegida en manos de aquel peculiar terapeuta. Podría pasarse horas abrazada a él. Muchas.
        —Ten.
        Laura coge la blusa anaranjada de flores tulipa que tanto le gusta y se la pone delante del espejo de la sala de consulta. Acepta el vaso de agua que él le da. Y otro y hasta otro.
        —¿La semana que viene a la misma hora?
        —Sí, a la misma hora.  

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