Grito
—Abre la boca.
Ella sonríe y la entreabre.
—Un poco más.
Ella la abre un poco más.
—Ahora cierra los ojos.
Ella los cierra.
—Aprieta.
Ella los aprieta.
—Tápate los oídos con las
manos.
Ella se los tapa.
—¿Tienes frío?
Ella mueve la cabeza, negando.
—Y, ¿miedo?
Ella niega de nuevo.
—Y, ¿calor?
Ella afirma moviendo la
cabeza.
—¿Te quito el sujetador?
Ella no dice nada, pero traga
saliva.
Luego unas sonrisas enlatadas.
—¿Te lo quito?
Ella calla y sigue tragando
saliva. Se le nota pasar la saliva por el cuello y descender por el pecho. Él
resigue lentamente con el dedo índice de su mano izquierda el recorrido del
salivazo que ella engulle. Se entretiene en la ladera del escote y un poco más
abajo, en medio del sujetador se detiene. Hace como si rebuscara bajo la tela
de pespunte blanco y se perdiera entre sus senos. Ella sigue con los ojos
cerrados, los oídos tapados y la boca abierta. Él añade más dedos: primero el
corazón, luego el anular y hasta el pulgar con el que apresa el pezón de su
seno izquierdo. Lo fricciona lenta y tiernamente, acariciándolo sin prisa.
Tienen tiempo, aún les queda media hora. Ella sigue con las manos en alto, los
ojos cerrados y la boca menos abierta, dejándose hacer, aunque cuando él roza
con la uña su aureola canela ella tiembla, los poros de su piel se erizan y su
frente se llena de puntitos brillantes.
—¿Te disgusta?
Ella no contesta. Ha aflojado
un poco la tensión con la que tupía los ojos y se ladea, nerviosa, encima del
sillón. Unas lágrimas mezcladas con rímel se le escurren por las mejillas. Al
poco niega tímidamente con la cabeza.
—Todo va bien, Laura, todo va
bien.
Laura cede presión sobre sus
oídos, se repasa los labios con la lengua y termina afirmando ligeramente con
la cabeza.
—¿Tienes sed?
Laura dice que sí con un
gesto. Continua con los brazos levantados. Él sigue magreando suavemente su
seno izquierdo y muy despacio introduce su mano derecha bajo el sujetador del
otro pecho, de donde debería estar el otro pecho, y masajea allí delicadamente.
Laura se estremece, deja caer los brazos, abre los ojos, cierra la boca y
grita.
—Tranquila, Laura, todo está
bien. Tranquila.
Él la estrecha entre sus
brazos. Ella llora. Se siente protegida en manos de aquel peculiar terapeuta.
Podría pasarse horas abrazada a él. Muchas.
—Ten.
Laura coge la blusa anaranjada
de flores tulipa que tanto le gusta y se la pone delante del espejo de la sala
de consulta. Acepta el vaso de agua que él le da. Y otro y hasta otro.
—¿La semana que viene a la
misma hora?
—Sí, a la misma hora.
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