Jardín
La sorpresa se la llevará él cuando al final eche un
vistazo a la calle desde el torreón.
Por encima del murete de piedra que rodea el
risco sobresale un letrero blanco y elegante que dice: Se alquila torre + jardín. Razón aquí, los martes todo el día. Fincas
Edén. Es un anuncio recurrente, de cada primavera.
Ellos no lo
han visto todavía, pero hoy es martes.
—Ve
despacio, cielo, esta zona me encanta. Fíjate qué mansiones. Vivir aquí debe de
ser el paraíso.
—Esto es
Pedralbes, querida, aquí está lo mejor de Barcelona.
Circulan en
un Mercedes C-420, verde metalizado por la avenida Pearson a 30 por hora y la
mañana es gris. El tipo, de 55 años, fuma un habano y tira la ceniza por la
ventanilla. Los coches de atrás le tocan el claxon por la lentitud con que circula, pero él ni se inmuta, con la
mano del puro les hace un gesto de que adelanten, aunque no hay espacio.
—Para aquí, cielo,
hay un letrero en alquiler.
Paran. Ella
sale del coche y se alisa la falda azul turquesa. Cielo sube el Mercedes en la
acera, los transeúntes se lo recriminan, pero él sin alterarse, saca un cartel
de la guantera que dice: averiado y
lo coloca en el parabrisas, en el lado del conductor. Activa las luces de
emergencia. Le adelantan los coches tocándole el claxon y haciéndole la
peineta. Tira el puro al lado de una papelera y se retoca el corbatín. Se miran y ríen.
Ella pulsa el timbre de la puerta del torreón, no para de dar saltitos y
mientras esperan le besa en los labios, manchándole de carmín rosa.
—Adelante.
Soy Gloria, de fincas Edén, pasen por favor.
—Gracias.
—¿Por dónde
quieren empezar?
—Empecemos
por el jardín, ¿verdad, cielo?
—Perfecto,
señorita. Hoy están replantando algunos árboles. Ya sabe, trabajos de
mantenimiento. Vayan con cuidado. Síganme.
El jardín es
de estilo inglés, lleno de césped ondulante que recubre la colina de gelatina lustrosa.
Abajo, el estanque elíptico rodeado de sauces que lloran. Unos operarios han
hecho con una excavadora un enorme boquete para plantar un ciprés Lawson que
tienen preparado en un gran contenedor negro. El césped está salpicado de
cipreses Lawson estratégicamente distanciados para dar una sensación de libertad.
Muy del estilo inglés.
—¡Maravilloso,
cielo, maravilloso! —exclama la enamorada feliz.
El sol se
impone al gris y enciende el verde de la ladera sur. Recorren el jardín poco a
poco. Los operarios los miran, hablan entre ellos y fuman. Las palas están en
el suelo, junto al hoyo. Fuman, miran y hablan entre ellos.
—Ven, querida,
acerquémonos al agujero.
—Maravilloso,
cielo, maravilloso —dice, dando vueltas sobre sí misma.
Están muy
cerca del hueco, unos gorriones merodean entre las ramas del ciprés por
trasplantar, mientras que en el estanque una bandada de cuervos bebe agua y
crascita ruidosamente. Como si presintieran algo.
—Maravilloso,
cielo, maravilloso —repite, extasiada.
Un palazo la
manda al fondo de la cavidad. Algo impactante y rápido. El golpe aún resuene
por el jardín inglés cuando el de la excavadora empieza a echar tierra sobre la
mujer de la falda azul turquesa. Seguramente aún respira. Inconsciente, seguro.
El nuevo ciprés Lawson ocupa su lugar. Crecerá vigoroso como todos los demás,
el abono orgánico es de primera calidad.
—Gracias,
amor. Ya no podía soportarla más.
—Siempre he
de ser yo quien te saque del atolladero.
Cuando los
obreros se retiraron, Gloria y su esposo hicieron salvajemente el amor sobre el
césped húmedo. Como en la primavera pasada
o aún mejor.
Al quitar el
letrero blanco y elegante del muro el tipo se da cuenta de que a pesar de todas
las precauciones la grúa se le ha llevado el Mercedes.
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