Tarzán
—¿Qué tal fue el ensayo, Javier?
—Al principio...me sorprendió, sus voces
reverberaban demasiado, era algo así:
—Fueeeee aquiiiiiií —decía uno. ¿Aquiiiiiiií?
—contestaba el otro.
—Qué tontería, ¿no?
—Luego, Mario dijo: Parad, esto no
funciona, no se oye nada, demasiada reverberación, vale que estamos en una
cueva, pero no hay que exagerar, por favor, técnico de sonido, quita toda
resonancia. Gracias. Empezad de nuevo.
—¿Qué tal Mario Gras?
—Enérgico, gordinflón, buen tipo, a mi
me cae bien, su sobrina mejor.
—Ya.
—Gracias a ella estuve en el ensayo, me
dio un pase.
—¿Cómo se llama?
—Aurora.
—Bonito nombre para una obra de teatro.
—Aurora es su sobrina, ¿creí que ya lo
sabías?
—No, no lo sabía.
— Pues si estuviera Mario escuchándonos
diría que he dado información al lector...
—Yo no lo sabía, te lo aseguro, o no lo
recordaba. ¿Y cómo fue?
—Más natural, ambos personajes declamaban,
yo los oía bien. Decían:
—Fue aquí.
—¿Aquí?
—Sí, aquí empezó el mundo, en esta
protuberancia pétrea.
—¿Aquí? En esta grieta ahuecada con
forma de huevo cósmico.
—Sí, aquí. Esto que tenemos delante es
el impacto del grito original, el de Tarzán, el que dio origen al Big Bang, al
nacimiento del todo. Al principio fue el Verbo, ¿recuerdas?
—¿Seguro?
—Segurísimo, trece mil ochocientos
millones de años nos contemplan, testado rigurosamente con Carbono 13'80, mucho
más preciso que el carbono 14. Aquí empezó todo, querido amigo, con el
atronador grito de Tarzán de los monos.
—Vaya vozarrón, tío. ¿Y luego, qué,
Javier?
—Todo el escenario se queda a media luz,
en silencio, no se oye nada más que el fluir de la conciencia, ese riachuelo
interior. Los dos actores permanecen quietos como estatuas, giran lentamente los
rostros y se quedan mirando al foso de las butacas, y expectantes, todos
guardamos silencio. Mario quiere que ese mutismo se contagie al espectador, que
acalle el murmureo y el público lo escuche, es el momento trascendental de la
obra.
—Debe ser electrizante.
—De carne de gallina. Unos largos
segundos. Mario sostiene que nada mejor que el silencio para hablarnos desde el
ombligo del mundo. Así termina la obra en un fundido interminable.
—Pues, vaya, Javier, no hacía falta que
me dijeras cómo termina, me has fastidiado el final. No sé si iré, bueno por
aprovechar tus entradas, y por Nuria. Luego cenamos los cuatro en La Cova,
¿vale?
—Claro, ya he reservado.
—¿A qué hora quedamos?
—A las nueve.
—Hasta luego, invito yo.
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