martes, 21 de mayo de 2019

Relato 269


                                        Pozo         

Al principio caer en la casilla treinta y uno del juego de la Oca le supuso una contrariedad evidente que no se molestó en ocultar ni siquiera cuando intentó colar el cinco por un seis y, descubierto a tiempo, enfadado, estrelló el dado contra el suelo, haciéndolo añicos. Empezó: pues, vaya suerte la mía, si tengo que esperar que caiga uno de vosotros, voy apañado. Esta reacción de enfado causó cierto estupor y risas entre sus compañeros de juego, centenares, que no paraban de mirarse con sorna, mientras comentaban burlones: no siempre se puede ganar, ya era hora de que cayeras en el pozo, llevamos años perdiendo. No siempre se puede ir de oca en oca, dejándose llevar por la corriente.
        Como si el perder o el ganar dependiera de los otros.
       Sin embargo, ellos, lo entendían así, son las reglas del juego, el caído no se libera hasta que no es relevado por algún otro compañero, evento que no sucedió en esta partida por una baza del azar. Al principio, fue algo horrible, gritaba: ayuda, ayuda. Nadie reparaba en él, nadie quería rescatarle, dejó de tener esperanzas de salir unas cuantas jugadas más adelante cuando veía las fichas saltar por encima del pozo, todos los dados les salían afortunados, qué desgracia la suya, bajó la cabeza y mirándose en los reflejos fugitivos del agua oscura musitó: mejor me acomodo aquí, ya caerá alguien, ilusos que quieran ganar y acaben perdiendo siempre quedarán, es el mismo impulso, la misma energía.
        El eco cavernoso de su voz se elevaba por el telescopio del pozo hacia el quinqué del cielo.
      Resignado, no le quedó más remedio que acostumbrarse a vivir en el pozo, a su humedad constante, a los cambios bruscos del nivel del agua por las corrientes freáticas que irrumpían frías en especial en los días que llovía. Pues había ciertamente un dentro y un fuera, él vivía en el fondo de la tierra y el resto de los felices mortales sobre la boyante heredad. 
       Aprendió a ver el mundo a través del ojo del pozo, a distinguir con nitidez la oscuridad interior de la luminosidad exterior o en días apagados, la luminosidad interior del gríseo exterior. En su mundo la temperatura era constante, sin sobresaltos,  le pareció cierto aquello de que en el fondo cualquiera es una buena persona, él se sentía una de peculiar, cercano a sí mismo y con el tiempo hasta pensó que tampoco lo tenía tan mal. Agua potable no le faltaría y la naturaleza proveía a través de la fauna y flora de las paredes de roca caliza, rezumantes, del pozo. Como tenía tiempo libre dedicó una parte al silencio contemplativo y otra a examinar con atención la construcción artesanal de su habitáculo, de cantos redondeados, el pozo tendría unos cuarenta metros de altura y uno de diámetro."Con menos viven afuera", y su voz cavernosa fluía mansamente por la chimenea.
        De cuando en cuando y cada vez con mayor frecuencia hacía ejercicios de nado y se sumergía profundo, aguantaba minutos la respiración, hasta diez, se hizo todo un experto en el arte del zambullimiento y se dio cuenta por una extraña finta del azar que habían otros pozos cercanos, que no estaba solo, que la misma agua subterránea alimentaba a muchos otros y que tratar de rebajar la piedra con el cubilete, lo único que le quedaba del mundo exterior, no era tan buena idea como había creído al principio.   

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