Llovizna
Hace
años, en concreto un dieciséis de junio de 2003, escribió:
“Ésta es mi actualidad. Dejadme un poco.
Casi siempre procuro escribir acerca de la actualidad de tod@s para tod@s, pero
hoy no. Mi actualidad ―quizás es cosa mía ―es cosa de nada. Consiste en que
está lloviendo, y eso es todo. Pero, ¿sabéis cómo llueve? Llueve como entonces,
una lluvia fina, como cuando se cantaba a la lluvia.
Y una ha variado desde entonces de
gustos, de cara, de aspecto… Quizá también de voz, oído y sentimiento. Pero esa
llovizna de Barcelona no ha cambiado. Ni lo que sugiere, aquí dentro, en la
plaza Real de la tristeza, que no tiene razón ni nombre, tampoco. Eso no ha
cambiado; ni el color de una tarde de desesperanza, ni esa uña que se rompe y
que se roe en silencio, ni esta delicada angustia que no abdica para que los hechos
salgan bien.
¿No habéis visto llover, pegados a un
cristal, sobre las casas, sobre las cosas, sobre los hombres y mujeres y sobre aquel
perrillo blanco, golfo, con carita de desgraciado, que cruza cabizbajo en
lluvia? ¿No habéis visto llover así con
una melancolía atávica, misteriosa, como si por vuestros ojos estuvieseis
viendo llover todos los muertos de donde habéis venido? Yo, sí. Esta tarde
misma. Caía una lluvia fina, apretada, con luz dentro de cada gota, y hacía
sol, un sol tuberculoso y sensible, que colabora con la lluvia, arrancando a
los árboles de la calle unos verdes insospechados, casi atroces.
Es bello ver llover sin querer pensar en
nada, dejando que la lluvia despierte y cale los fantasmas que habitan nuestra
memoria. Llega un momento en que parece que llueve por dentro o que llora por
dentro una llovizna amarga y que llora distante, como nuestra juventud, o que
llueve otro día más, otro día que fue exactamente así.”
Cada vez que llueve me acuerdo de ella,
aunque no recuerde ya su cara, ni su pelo ni siquiera su nombre.
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